Aproximación teórica al concepto de violencia: avatares de una definición

AutorElsa Blair Trujillo
Páginas9-33

Elsa Blair Trujillo. Docente-investigadora del Instituto de Estudios Regionales, INER, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Correo electrónico: eblair@iner.vdea.edu.com.

La cuestión es –dijo Alicia– si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

Lewis Caroll

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Introducción

Unos años atrás, estando en Bélgica, dediqué varios años del doctorado a una lectura sistemática del tema de la violencia para desentrañar las concepciones que de ella manejaban diferentes autores; con ellas pretendía tratar de construir un concepto más satisfactorio, que me diera la posibilidad de abarcar las diferentes manifestaciones de la violencia colombiana. Creía, entonces, que la posibilidad de consultar autores –no directamente colombianos, o con la inmensa gama de posibilidades de una universidad en un país europeo que en la época de auge de su política colonizadora se había paseado por los “violentos” países del llamado Tercer Mundo– podía permitirme abarcar un panorama mayor y construir conceptos más y mejor desarrollados teóricamente. No lo logré. Pero, al parecer, ni el intento ni el fracaso fueron sólo míos, a juzgar por esfuerzos similares de otros académicos que, trasegando por diferentes recorridos, se enfrentaban a la misma dificultad. Desde las aproximaciones a la violencia asociada a la política y al poder, trabajada por politólogos y polemólogos, a la violencia como “mito” del origen, trabajada por antropólogos en las fuentes de la antropología política, pasando por corrientes psicológicas sobre las teorías de la agresión y por la criminología e incluso por teorías psicoanalíticas, y hasta por la agresión animal, los autores no llegaban a dar una definición precisa o a ponerse de acuerdo sobre el concepto. Quizá porque –como lo señaló Jacques Sémelin–1 no existe una teoría capaz de explicar todas las formas de violencia. Ella tiene numerosas caras, fruto de procesos distintos. No podemos explicar con los mismos conceptos la violencia del criminal, la de una masa en delirio y/o la de una agresión militar. ¿Qué sentido tiene –se pregunta– una palabra cuya utilización es tan extensiva? Es, efectivamente, la inflación de su uso lo que se vuelve problema. Por eso, concluye Sémelin: “a quien habla de violencia hay que preguntarle siempre qué entiende por ella”.2

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La búsqueda de una aproximación teórica al concepto

Cuando la violencia se asume en su dimensión política, los autores remiten, en esencia, al problema del Estado y definen violencia como “el uso ilegítimo o ilegal de la fuerza”; esto para diferenciarla de la llamada violencia “legítima”, con la que quieren designar la potestad o el monopolio sobre el uso de la fuerza concedido al Estado. Esta concepción weberiana de Estado (con su consecuente manejo de la fuerza, la violencia y el poder) es la que ha marcado la pauta en la reflexión por parte de sociólogos y politólogos y que, de alguna manera, continúa vigente en la discusión, incluso hoy, cuando el fenómeno de la globalización amenaza con introducir cambios sustanciales en relación con el Estado, en particular en lo que atañe a las guerras y los conflictos políticos. O cuando perspectivas como la de Foucault –a la hora de pensar el poder– o la de los estudios poscoloniales, amenazan con modificar estos referentes.

La mayoría de las reflexiones señalan los siglos XVIII y XIX como la época de mayor expansión de esta reflexión –y/o del pensamiento sobre la violencia– con autores como Rosseau, Marx y Engels. Partiendo de referencias a algunos autores clásicos pero más recientes como George Sorel,3 Hobsbawm y Hanna Arendt, varios analistas desarrollan sus reflexiones. Esta perspectiva cubre desde el análisis de las guerras, de los conflictos armados y los estudios sobre el terrorismo, hasta el campo de las relaciones internacionales. Con todo, ella no sirve para aludir a otras formas de violencia. En esta misma dimensión habría que incluir también a la polemología, fundada en Francia por Gastón Bouthoul, en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, y definida como el estudio de las dos caras de la oscilación fundamental de la vida de las sociedades organizadas, es decir, la guerra y la paz. Es definida también, de manera más general, como el estudio de los conflictos y de la violencia, en sus relaciones con la vida de los hombres y de los grupos.4 Por esta vía se han dado también una serie de interpretaciones sobre la violencia, aunque en el marco específico de las guerras.5 Pero cuando la violencia se asume en su dimensión social (y no siempre es fácil diferenciar ambas esferas), el análisis de la violencia se hace más complejo y es más difícil encontrar aproximaciones comunes sobre sus orígenes, causas, manifestaciones y “soluciones” y es más difícil, también, lograr una conceptualización de la violencia.

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Voy a intentar una aproximación a algunos autores identificando, en la medida de lo posible, las perspectivas analíticas y disciplinares en las cuales se inscriben sus análisis, con la pretensión de aproximarnos a desentrañar algunas de sus conceptualizaciones sobre la violencia.

Una serie de analistas franceses y alemanes preocupados por lo que, en ese momento –décadas de 1980 y 1990– se percibía como una “escalada” de violencia en Europa, con sus secuelas de criminalidad, terrorismo y delincuencia, hacen de la violencia su centro de reflexión. Algunos proponen una conceptualización pero, en otros casos, es preciso seguirle la pista a sus análisis y a ciertas características atribuidas al fenómeno para lograr desentrañar ciertas concepciones de la violencia. Con todo, en estas últimas es posible encontrar reflexiones interesantes que sirven para dar una idea de ese fenómeno, al parecer indefinible. En general, se podría decir que en la mayoría de los casos se señala el uso extensivo de la palabra violencia, no sólo para constatar que con ella se nombran fenómenos muy diferentes sino, sobre todo, para explicar la dificultad de su conceptualización. A mi juicio, en los mejores análisis se hace un llamado a la historia para recordar que la violencia es “tan vieja como el mundo” y cuestionar, de paso, ideas bastante extendidas (en los medios de comunicación y en la opinión pública): las sociedades contemporáneas han sido las más violentas. En esta línea se inscriben análisis como los de Jean Claude Chesnais,6 quien en un libro Histoire de la violence señala ese uso extensivo y la falta de “relativismo histórico” para hablar sobre ella, y termina proponiendo una conceptualización:

Hablar de “escalada de la violencia”, como se hace de manera incesante desde hace algunos años, ante la ausencia de criterio adecuado y de indicadores, es dejar el campo libre a todas las interpretaciones parciales e inimaginables. De ahí que, con frecuencia, la violencia haya llegado a designar todo choque, toda tensión, toda relación de fuerza, toda desigualdad, toda jerarquía, es decir, un poco cualquier cosa. De un año a otro su significación se amplía, su contenido se engorda e incluye los pequeños delitos intencionales, los crímenes más bajos, los intercambios de palabras, los conflictos sociales y otras contrariedades más banales. Esto es así porque los criterios de análisis son muy variados y raramente precisados. Dentro del lenguaje común, en boca de los responsables de la justicia o del orden, la noción de violencia es todavía floja, imprecisa, elástica y sobre todo extensible a voluntad. A falta de una definición jurídica de la violencia, todas las significaciones que le son prestadas son fluctuantes y extensibles a voluntad, son permitidas.7

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Nuestra violencia –dice refiriéndose a la francesa de esos años– existe y es innegable, pero ella no tiene nada que ver con la violencia antigua, feudal o incluso clásica.8 Frente a lo que algunos llamaron el “sentimiento de inseguridad” en Francia, plantea entonces que lo que le falta al discurso contemporáneo sobre la violencia es, sin duda, el relativismo histórico. El autor quiere cuestionar todos los mitos de la edad de oro y todos los discursos morales sobre la pérdida de valores que se usaban desde ciertos ámbitos para explicarla. Por la mirada histórica de su trabajo, muestra cómo cada tipo de sociedad da lugar a un tipo de violencia específico.9 En efecto, de las sociedades agrarias a la sociedad industrial, cambia la naturaleza de los conflictos. Su análisis muestra también cómo el potencial de violencia se concentra, poco a poco, en las manos de una entidad colectiva abstracta: el Estado. Cuestionando, entonces, ese uso extensivo de la palabra sostiene que es preciso circunscribir el concepto y precisar sus contornos. Propone, entonces, una definición más conforme a la significación original de la noción de violencia:

La violencia en sentido estricto, la única violencia medible e incontestable es la violencia física. Es el ataque directo, corporal contra las personas. Ella reviste un triple carácter: brutal, exterior y doloroso. Lo que la define es el uso material de la fuerza, la rudeza voluntariamente cometida en detrimento de alguien.10

El más pequeño denominador común a la medida global de la violencia, a través del tiempo y el espacio es, pues, la muerte violenta. Ella puede provenir de tres fuentes: el crimen, el suicidio o el accidente. Esas son las tres caras de la violencia para las cuales la clasificación es universal. Dicho de otro modo, la característica principal de la violencia es la gravedad del riesgo que ella hace correr a la víctima; es la vida, la salud, la integridad corporal o la libertad individual la que está en juego. El autor considera que hay abuso del lenguaje al hablar de violencia contra los bienes. Para concluir, entonces, que la violencia...

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