La enseñanza de la historia como ejercicio de memoria y resistencia frente al olvido: la experiencia de Uruguay. Entrevista con el historiador Gerardo Caetano

AutorAna Buriano/Silvia Dutrénit
CargoProfesoras-investigadoras titulares del Instituto Mora. Historiadoras y Doctoras en Estudios Latinoamericanos. Correos electrónicos: aburiano@mora.edu.mx y sdutrenit@mora.edu.mx
Páginas259-278

    Entrevista realizada el 1º de octubre de 2007 en México, DF.


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Hace apenas tres meses, cuando comenzaba el otoño aquí, en el hemisferio norte, conversamos con el historiador uruguayo Gerardo Caetano, quien impartía un seminario sobre Políticas sobre derechos humanos y archivos de la represión: pasado y futuro en el Instituto Mora y en la Flacso.

Caetano ha dedicado prácticamente su vida académica y profesional al estudio de la historia política uruguaya de entre siglos. Se trata, sin duda, de un agudo conocedor del siglo XX. Investigador por vocación, con amplia trayectoria en el trabajo archivístico, autor de decenas de trabajos y numerosos libros principales en la historiografía nacional, es además un analista político de gran receptividad en un público diverso. Hace apenas dos años, la Presidencia de la República de Uruguay le encargó, junto a dos distinguidos universitarios -José Pedro Barrán y Álvaro Rico- la tarea de llevar adelante la investigación sobre los detenidos desaparecidos y los niños secuestrados en cautiverio. Con ello, el presidente Tabaré Vázquez reafirmaba su decisión de dar cumplimiento al artículo 4º de la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado cuyo mandato obliga a dicha investigación y que, en los hechos, nunca se había cumplido desde su promulgación en diciembre de 1986 y su ratificación en el referéndum de 1989.

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Esta investigación y este incumplimiento están relacionados íntimamente con un periodo de la historia reciente, en que el Uruguay, como en otros países de la región, se vivió el ejercicio del terrorismo de Estado. Un saldo de acontecimientos traumáticos colectivos, como las violaciones a los derechos humanos, los delitos permanentes y el consecuente tejido social dañado, es la expresión más patente de los años del autoritarismo y la dictadura que cubrieron desde finales de los sesenta hasta mediados de los ochenta del siglo XX. Ante esta situación y con estrategias que responden a diversos intereses coyunturales y de más largo aliento, se buscó en sucesivos gobiernos posdictatoriales generar una visión normalizadora del pasado, y en especial, del presente que se iba construyendo. Con relativo éxito, esta política procuró instalarse en el espacio público hasta relegar todo esfuerzo por conocer la historia vivida, que era la historia omitida hasta entonces.

Memoria e Historia se vinculan de manera especial y polémica cuando la mirada está dirigida a etapas que fracturan las sociedades y dejan como saldo dolor, miedo, trauma y visiones enfrentadas desde las razones mismas del porqué se llegó al advenimiento de los Estados represivos. Una resistencia mayor a incorporar el relato amplio y plural de ese pasado traumático pesa no sólo en la memoria pública, sino también, en particular, en la aceptación de que éste se incorpore en los currícula de la enseñanza referidos a las historias nacional, regional y universal.

El pasado traumático es campo de debate y de poder; si la historia reciente está marcada de esa forma, encuentra una mayor resistencia para su sistematización y transmisión. Ello desemboca en la preocupación y trabajo de Gerardo Caetano, quien comparte en estas páginas, en forma reflexiva, la experiencia de lo ocurrido en el caso uruguayo -el cómo se plantea el debate sobre la incorporación de la historia reciente, qué hay de nuevo y qué de tradición, cuando el periodo por considerar en los currícula está instalado en las etapas de violencia-. Argumenta de manera particular sobre el error de imponer una política de olvido y la repercusión que tiene sobre las jóvenes generaciones y las sociedades. Con ello pone énfasis en lo fundamental, que resulta la conjunción del conocimiento, en este caso histórico, con el esfuerzo ético de contribuir a la salud democrática y republicana de la sociedad.

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Asimismo, lo argumenta desde la convicción de que el docente no sólo es articulador y transmisor de conocimiento: es también un ciudadano comprometido con una comunidad política sustentada en derechos; entre ellos, el de la verdad.

-Gerardo, quisiéramos que nos ubicaras en la polémica desatada en torno a la incorporación de la enseñanza de la historia reciente con la connotación que ésta tiene, en los programas de educación básica del Uruguay. -El tema de la pertinencia o no de enseñar el pasado reciente en la currícula del sistema educativo público y privado no es ninguna novedad en el Uruguay. Sobre esto, el país tiene una larga tradición y, en realidad, este pseudodebate que se ha planteado en este último tiempo, como una rutilante -e interesada- novedad, algo que en el Uruguay ha sido en verdad tradicional, no puede sino ser entendido en el marco de otro tipo de debates de índole mucho más política e ideológica que educativa. En el Uruguay, ya desde el siglo XIX, el pasado reciente fue objeto de enseñanza curricular. Es más, si uno recorre los manuales y los libros vinculados con el estudio curricular de la Historia Nacional, Latinoamericana o Universal, o si recorre los programas educativos desde el novecientos para acá, con lo que se encuentra es con el hecho de que el pasado reciente siempre estuvo en los programas curriculares y siempre fue objeto de análisis.

Doy ejemplos de esto porque nada es más persuasivo que hablar de lo concreto:

1) Los manuales de HD, del Hermano Damasceno,1 tal vez el más exitoso constructor de manuales de historia en lo que resulta toda una curiosidad dentro de un país tan laico como el Uruguay. La primera edición de su manual Ensayo de Historia Patria, que es de 1901, como todas sus revisiones y reediciones posteriores, termina sus análisis y su relato precisamente el año previo a la edición del manual.

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2) Otro ejemplo relevante y enjundioso lo proporcionan los clásicos Anales...2 de esa figura gigantesca que fue el siempre venerable Eduardo Acevedo, dedicados también al estudio y revisión de la historia uruguaya, los que también terminaban su narración un año antes de su publicación.

Tanto el Hermano Damasceno como Eduardo Acevedo, insospechados por cierto de "izquierdistas", llegaban en sus manuales hasta el presente, recogían el estudio de la historia reciente como un imperativo de su quehacer.

3) Otro ejemplo más cercano en el tiempo está dado por el primer Codicen,3 luego de la dictadura; aquel polémico Codicen presidido nada menos que por Juan Pivel Devoto4 y en el que también revistaban figuras consulares de la educación uruguaya, como Aldo Solari o Elida Tuana,5 entre otros. En aquellos años difíciles y controversiales, en los que el campo de la educación fue un campo de batallas de muy diversa índole -ideológicas, pedagógicas, etc.-, el propio Pivel Devoto da una gran batalla por la enseñanza del pasado reciente, que está plenamente documentada en las actas del Codicen, incluso discrepando duramente con Aldo Solari, por ejemplo, que tenía al respecto ideas distintas. Y la postura de Pivel prevalece, incluso en el enfrentamiento que sostiene sobre el particular frente a la Comisión de Educación y Cultura de la Cámara de Representantes. Invito en verdad a releer los argumentos sólidos y contundentes del célebre historiador nacionalista en la defensa de sus convicciones acerca de lo que juzgaba como absoluta necesidad de que el pasado reciente estuviera en los planes y en los programas educativos, así como en los manuales de estudio.

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-En la polémica actual, ¿qué vínculos puedes establecer con el deseo de ciertos sectores a imponer el olvido sobre el pasado traumático cuyo conocimiento documentado apenas emerge en el país a partir de la investigación del equipo de historiadores del que eres integrante? ¿Cuál es la posición del Codicen? -La iniciativa que ha tenido el Codicen actual de reforzar la presencia del pasado reciente, tanto a nivel de la Historia Uruguaya como de la Historia Latinoamericana y Universal, en los planes de enseñanza, en los programas y en los manuales, puede merecer distintos adjetivos, pero no el de novedoso. Su propuesta recoge y se asienta en una buena tradición del sistema educativo uruguayo. Ella va a contracorriente de aquella visión arcaica e inconsistente según la cual "la historia que podía ser enseñada llegaba hasta 1830, porque después de esa fecha todo era política". ¡Qué triste visión desde todo punto de vista! ¡Qué anacrónica y reaccionaria! Esa postulación ignoraba además algo básico, que ya lo decía Croce, pero que ha sido tan reiterado por historiadores de todas las filiaciones y colores, aquello tan cierto como evidente de que "toda historia es contemporánea".

En verdad, tú puedes enseñar y debatir acerca de la Prehistoria o sobre Egipto, Grecia, Roma o los tiempos del Cristianismo primitivo, y construir visiones políticamente muy sesgadas y propuestas violatorias de la laicidad más elemental. También lo mismo ocurre con el abordaje de las épocas más remotas de las luchas por la Independencia, de los encuentros y desencuentros entre Artigas, Rivera u Oribe,6advirtiendo cómo los temores respecto a visiones tendenciosas y a la promoción -directa o indirecta- de debates y controversias que son radicalmente contemporáneos y que tienen alcances políticos, no depende de cuán reciente o no es la historia que se enseña. El problema de cómo se puede enseñar Historia desde la defensa más irrestricta de la laicidad, único camino genuino de respetar al alumno, no tiene que ver con cuán reciente o lejano es el pasado que se aborda. sino con

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el rigor empleado en el estudio de los temas y en las formas de su enseñanza.

Entonces, cuando una sociedad vive un pasado traumático, en este caso una dictadura civil militar que además de arrasar con todas las libertades y con la democracia, incorpora de manera sistemática e institucional prácticas abominables de terrorismo de Estado, la no incorporación explícita de su estudio y enseñanza en el sistema educativo no solamente es un horror en términos de política...

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