Antonio Cánovas del Castillo. Fundador del Estado de Derecho en España

AutorGerardo Laveaga
Páginas10-11

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Aunque pienso que algunos de ellos son interesantes, nunca me han entusiasmado los Borbones de España. Ni el patético Carlos IV, dominado por su mujer —en México lo recordamos montado en "el Caballito"—, ni el frivolo Fernando VII. Menos aún la hija de este último, Isabel II, cuyos escándalos sexuales e ignorancia sobre lo que significaba gobernar la llevaron a abandonar el trono, dejando al país sumido en la molicie.

Tampoco siento simpatía por "la gente decente" en el poder. Tras su "decencia" suele ocultarse la convicción de que es poseedora de la verdad: de que sus propios valores son los que deben implantarse, a rajatabla, en la comunidad que dirigen. La creencia en su propia superioridad moral les hace cometer toda suerte de abusos.

¿Por qué, entonces, me parece tan seductora la figura de Antonio Cánovas del Castillo? Después de todo, dedicó su vida a que los Borbones volvieran al poder y, en nombre de Dios y la moral, se opuso tanto al sufragio universal como a la libertad de cultos. En el espíritu más afín a Platón, escribió: "Tengo la convicción profunda de que las desigualdades proceden de Dios, que son propias de nuestra naturaleza, y creo, supuesta esta diferencia en la actividad, en la inteligencia y hasta en la moralidad, que las minorías inteligentes gobernarán siempre al mundo, de una u otra forma"

No me cautiva, pues, por la familia a la que sirvió, ni por sus premisas sobre "las minorías inteligentes". La historia nos demuestra que éstas jalan agua para su molino y, con el argumento de que saben qué le conviene a una sociedad, mantienen sus privilegios a costa de la pobreza y la ignorancia de las mayorías. Lo que me atrae en este hombre, que padecía un tic nervioso en la cara, siempre vestía de negro y gustaba coleccionar cuadros, porcelanas y monedas antiguas, es su obsesión por el orden político, su corrosiva inteligencia, su capacidad para ver en la historia una guía para el futuro... y para seguirla.

En su famoso libro La decadencia de España, por ejemplo, describió a Felipe III como "un príncipe tímido y silencioso. No dio nunca un parecer, ni supo hacer relato alguno a su padre. Ni siquiera osó elegir esposa a su gusto... Dejó la vida con la satisfacción de haber adquirido para España hasta doscientos diecinueve santos" Y añade: "Los españoles sabían que todas sus desdichas provenían de los malos reyes"

Como si hubiera temido que la historia lo juzgara con la misma rudeza, desde que ocupó sus primeros...

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