El anarquista y el cristiano

AutorJavier Sicilia

Para muchos, sin embargo, la relación entre cristianismo y anarquismo es una contradicción. Los anarquistas son contrarios a cualquier religión y a cualquier poder. Su divisa “ni Dios ni amo” es tan clara como perentoria. Por su parte, algunos cristianos y quienes creen que el Estado no es una construcción histórica que un día, comotoda construcción histórica, tendrá que morir, tienen horror de la anarquía, fuente de desorden y de negación de las autoridades establecidas. Sin embargo, tanto anarquistas como cristianos olvidan el carácter profundamente anarquista de Jesús.

Desde un punto de vista teológico, Cristo es Dios que se encarna en la persona Jesús. Es, por lo tanto, un Dios que se kenotisa, es decir, que renuncia a su poder, a su omnipotencia, a su fuerza y se vuelve debilidad y contingencia humana. Desde un punto de vista humano, Jesús, tentado por el poder que le confiere la fama, se negó a él. Aunque habló con todos los poderes y cumplió con las obligaciones del Estado, los increpó, los aturdió, los vulneró –llamó a Herodes “zorro”, y durante su juicio debió haber mirado a Pilato desde una distancia tan grande que obligó al procurador a decirle: “Sabes que tengo el poder de matarte”–. No porque quería su destrucción, sino porque el poder hace olvidar a los hombres su deber fundamental: el servicio que nace del amor. Jesús, en este sentido, pertenece a la tradición de los profetas hebreos, a esa tradición que fustiga al poder porque traiciona el amor de Dios. Ningún profeta, en este sentido, fue en ayuda del rey. Ninguno fue tampoco su consejero ni se integró al poder. Constituían lo que en términos modernos llamaríamos un “contrapoder” basado, paradójicamente, en la ausencia de poder que es el de Dios expresado en la pobreza de las palabras del profeta.

Aunque el mundo hebreo tuvo reyes –siempre fustigados por los profetas–, aunque las Iglesias se sometieron a los poderes y se asimilaron a ellos, el cristiano sigue siendo su detractor porque el fundamento de la presencia y de la prédica de Jesús es el amor, que es pobre, libre e impotente, y habla verdad. Se trata, para el cristiano, como lo señalaba San Pablo, de “practicar la verdad en el amor”, es decir, de practicar la verdad y no de adoptar un sistema de pensamiento. Por lo tanto, el Dios de Jesús, el Dios cristiano, no es un poder, no es un aparato administrativo celestial y universal que se replica en la Iglesia o el...

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