Anarquismo y solidaridad. San Ángel, 1920

AutorVerónica Vázquez Mantecón
CargoProfesora-investigadora del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco
Páginas303-322

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A mi papá

En tiempos de exaltación de las virtudes del mercado, los conceptos se redefinen y corren el riesgo de desdibujarse. Un ejemplo de esto es el término solidaridad. Antes de que se le asociara con un programa de gobierno vinculado al partido oficial, la idea de solidaridad nos remitía a vínculos entre iguales, a relaciones espontáneas y participativas nacidas de la generosidad y, casi siempre, de la experiencia compartida ante la explotación. Las respuestas solidarias siempre han sido más comunes entre los pobres y han sido la base de la identidad entre ellos. La historia contemporánea de nuestro país es fuente inagotable de experiencias solidarias. Un ejemplo de ello lo constituyen las luchas de los obreros textiles de San Ángel durante los años veinte. Recordarlas ahora contribuye a mantener vivo el significado real del término solidaridad: la adhesión a la causa de otros.

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La literatura existente sobre el movimiento obrero se compone, salvo contadas excepciones, de recuentos cuantitativos de huelgas e insurrecciones, de epopeyas sin duda heroicas, pero que reducen la historia a una simple hagiografía. La historia de la clase obrera no es tampoco la estructura estática a la que ha sido reducida en los análisis que, en el fondo, tienen como objeto de estudio al Estado mexicano. La historia del movimiento obrero ha formado parte de los estudios sobre el Estado es desde una perspectiva leviatánica que se ha analizado a la clase obrera.1 En estos análisis, la clase obrera es concebida como un mero producto, ya sea del desarrollo económico o del proceso de consolidación de las instituciones políticas, dentro del cual esta clase jugó un papel pasivo: es el Estado el que define el escenario en el que se da la lucha de clases. Son las clases hegemónicas las que subordinan a la clase obrera a sus designios, a través de caudillos maquiavélicos, que con la manipulación logran anular la actividad obrera. Esto es posible en virtud de otra solución mágica: los obreros son una clase inmadura incapaz de un proyecto independiente. El análisis queda reducido entonces al estudio de los líderes y sus relaciones con el Estado, lo que equivale a estudiar simplemente el papel estatal al interior de las organizaciones y no al movimiento obrero.

En nuestra opinión, el problema reside en el marco teórico utilizado. A partir de presupuestos teóricos rígidos se forzó la interpretación; la teoría exigía encontrar proletarios con una misión histórica claramente expresada en una conciencia de clase para sí, rebasado el anarquismo por representar una etapa más artesanal que industrial; proletarios dispuestos a llevar a la práctica un proyecto claramente revolucionario. Al pensar a la clase obrera como una relación histórica, tal como lo hace Thompson, se niega la concepción de la clase como algo estructural, estático e inmutable, y se afirma la autoactividad de la clase trabajadora en la construcción de su historia. Al negar los a prioriy los supuestos teóricos sobre lo que debe de ser la clase obrera, los caminos por los que debe transitar para ser una clase revolucionaria, se rechaza un modelo suprahistórico y las predeterminaciones, tan afines al determinismo marxista. La crítica de estas posiciones ha llevado a la reivindicación del papel central de la cultura en el comportamiento de la clase obrera.

Habría que revisar, por ejemplo, el concepto de formación de clase. La formación de la clase obrera no es un reflejo mecánico de las estructuras objetivas. Las relaciones de explotación distribuyen a la gente en situaciones de clase, situaciones que llevan consigo antagonismos, objetivos esenciales y conflictos de intereses que crean condiciones de lucha. A medida que las personas experimentan y manejan sus situaciones de clase, en el proceso de sus luchas cotidianas se da la formación de la clase, el descubrimiento de la conciencia de clase o, como diría Thompson2 "la disposición a comportarse como clase". De ahí que la lucha de clases preceda a las clases.

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Por otra parte, no hay que forzar el análisis pretendiendo aplicar recetas sobre lo que es o debe ser la clase obrera. Las relaciones de explotación no se imponen a seres en blanco, sino a seres históricos activos y conscientes. Las relaciones de clase emergen y se desarrollan "conforme hombres y mujeres viven sus relaciones productivas y experimentan sus situaciones determinadas, dentro del conjunto de relaciones sociales, con su cultura y expectativas heredadas y conforme manejan estas experiencias en formas culturales".3 De ahí que para entender cuál es el verdadero proceso de formación de la clase no basta con conocer cúales son las determinantes estructurales; lo más importante es comprender cómo se viven estas relaciones a través de las tradiciones culturales y particulares de cada pueblo. Esto implica ubicar a la clase, no como objeto de las determinaciones estructurales, sino como sujetos y objetos a un mismo tiempo, "simultáneamente agentes y fuerzas materiales en los procesos objetivos".4 Con su acervo cultural, la clase obrera tiene un papel activo en su propia formación. De ahí que sea tan importante entender a los obreros como seres históricos, es decir, como seres espacial y temporalmente determinados, con una herencia cultural, portadores de legados, tradiciones y valores.

A partir de esta perspectiva hemos intentado analizar a los obreros textiles de San Ángel reconstruyendo su experiencia: su vida, sus tradiciones, sus creencias, sus conflictos y sus luchas. Pretendemos ver cómo las estructuras de explotación afectaron la vida de esas personas y lo que ellas hacían para defenderse. Para esto, analizamos las prácticas obreras en el centro mismo de producción: la fábrica. También intentamos reconstruir las condiciones de vida: vivienda, religiosidad, educación, consumo. Sólo así podemos hacernos una idea de lo que fue la clase en esta etapa de su historia.5

En los años 20 San Ángel era un municipio. En él se encontraban las zonas de Tizapán y Contreras. Su historia data de épocas remotas. El lugar fue poblado por los mexicas, antes de que éstos se convirtieran en el grupo dominante del Valle de México. Llegaron ahí desterrados, después de haber sido combatidos y derrotados en Chapultepec por los señores de Coyoacán y Azcapozalco, en condiciones de servidumbre. Los obligaron a vivir en Tizapán, "que era un llano al pie de un cerro, copiosamente poblado de víboras y sabandijas ponzoñosas, yermo y de poco producto", con la intención de que se murieran de hambre o fueran devorados por animales peligrosos. Pero sucedió al revés. Cuentan las crónicas que los mexicas llenaron sus ollas de barro con culebras y sabandijas para comérselas, y que al cabo del tiempo convirtieron el lugar en un vergel. A la llegada de los españoles la zona fue dedicada al cultivo de flores y frutas, en huertos que pertenecieron a frailes carmelitas y dominicos. En el siglo XIX el lugar era conside-Page 306rado uno de los sitios más bellos de la capital, sobre todo por sus cascadas. La población era atravesada por el río Magdalena. Hacia 1860 la fisonomía campestre de Tizapán empezó a cambiar. Llegaron las fábricas textiles. Se inició así la convivencia de lo urbano con lo rural, ya que la mayoría de los habitantes de la municipalidad se dedicaba a la floricultura y a la cría de aves de corral, al tiempo que se fueron asentando en el lugar los trabajadores textiles de La Hormiga, La Magdalena y Santa Teresa, estas últimas ubicadas en el pueblo de Contreras, y de La Abeja, del barrio de Puente Sierra. De esta manera se iría conformando la zona obrera de San Ángel, en donde se asentó también la fábrica de papel Loreto y Peña Pobre. Más tarde, en la primera década del siglo XX, se fundaría otra fábrica textil en Tizapán: La Alpina.

La ubicación de las fábricas se explica por la utilización del agua del río Magdalena, el que nacía en los Dinamos y bajaba por la población de Contreras, pasando finalmente por Tizapán. El río sería de vital importancia para el proceso de trabajo de la industria textil, que acapara el caudal dañando seriamente los intereses de la población. Para 1912 el perjuicio es evidente, como lo señala el cronista sanangelino:

En un tiempo las poblaciones de San Ángel, y especialmente la cabecera, contaban con mucha agua pura y cristalina, pero el mal uso que hacen de ella las fábricas, hace que llegue impregnada de ácidos, materias colorantes y fecales, que la hacen impotable y aún impropia, por los ácidos, para el riego de los campos. Varias veces se ha tratado de poner coto a estos abusos, pero tanto las fuertes influencias de poderosas compañías, como por la amenaza de cerrar todos los centros fabriles en un momento, dejando sin trabajo a millares de obreros, han impedido el cumplimiento de medidas [...] El capital es sagrado, pero su poder debe tener límites ante el bien general, más sagrado aún.6

Las quejas de la población por el deterioro del medio ambiente serían continuas. Se iniciaba el proceso de destrucción ecológica que trae consigo la modernización. La contaminación del agua sería una de las primeras consecuencias evidentes.

La fisonomía del lugar empezó a transformarse. En un principio los asentamientos de la población obrera se hacen de manera irregular y dispersa, reflejando la vinculación existente entre la vida fabril y la rutina agrícola. Será hasta la década de los veinte de este siglo cuando se configuren las colonias obreras Progreso y Ermita en Tizapán, mediante la venta de casas a los obreros textiles. Este proceso implicaba el crecimiento de los antiguos pueblos, con la consecuente desaparición de las tierras cultivadas. Hubo, sin embargo, un periodo de transición en donde coexisten elementos propios de la cultura campesina con la nueva realidad urbana yPage 307 fabril, por ser los obreros, en su gran mayoría, migrantes del campo. Esto se expresa, por ejemplo, en las solicitudes de permiso los obreros a...

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