Figuras de la alteridad. Ensayo a partir de Borges y Chesterton

AutorSilvia Hernández
CargoLicenciada en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales (fsoc)-Universidad de Buenos Aires (uba). Profesora de Ciencias de la Comunicación (fsoc-uba).
Páginas91-112
Andamios 91
FIGURAS DE LA ALTERIDAD.
ENSAYO A PARTIR DE BORGES Y CHESTERTON
Silvia Hernández*
RESUMEN: El artículo enfoca, a partir de los cuentos “There are more
things” (Borges) y “Cómo conocí al superhombre” (Chesterton),
un concepto de alteridad como f‌igura irreductible al tiempo que
constitutiva de sí, en un cuestionamiento al sujeto planteado por
la modernidad como interioridad inmediata. La presencia del
otro en sí mismo es la evidencia de la imposibilidad del cierre,
de la apertura radical que marca la subjetividad. En los cuentos,
el otro es irrepresentable porque cuestiona el par “humano/
no-humano” desde su propia corporalidad: el concepto de lo
humano como universal muestra su contingencia. Asimismo,
esos cuerpos-otros tensionan las formas de la narración, al
tiempo que muestran los límites de lo verbal allí donde af‌loran
el espanto o la risa.
PALABRAS CLAVE. Alteridad, subjetividad, literatura, cuerpo,
lenguaje.
INTRODUCCIÓN
Lejos de una concepción derivada del cogito cartesiano, el psicoanálisis
nos coloca ante un sujeto escindido, que se reconoce sobre la base del
desconocimiento de su verdad. El inconsciente, esa realidad sumergida
pero constitutiva, instaura una ajenidad en el interior de cada miembro
de la especie humana; si el inconsciente es el discurso del Otro, será en
el discurso donde el sujeto es hablado, donde el Otro habla en su lugar.
* Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales (FSOC)-Uni-
versidad de Buenos Aires (UBA). Profesora de Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA).
Correo electrónico: hernandez_silvia@yahoo.com.ar
Volumen 8, número 16, mayo-agosto, 2011, pp. 91-112
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SILVIA HERNÁNDEZ
Ahora bien, y ésta es una cuestión crucial dentro no sólo del
psicoanálisis, sino también de otras líneas de pensamiento que me
interesan: ¿cuál es el estatuto de esta presencia-otra, que forma y no-
forma parte del sujeto? ¿Deforma o da-forma? ¿Se trata de un extranjero,
en el sentido de alguien que está “de paso”, pero que luego habrá de
partir para dejar f‌inalmente el espacio que se merece la conciencia
subjetiva? ¿Es un invasor, que es necesario expulsar, y la práctica de
la cura habrá de encontrar allí su razón de ser? ¿O estamos más bien
ante algo que nos constituye de manera irreductible, dando lugar a una
existencia descentrada?1
Un punto clave de discusión al respecto es la lectura respecto de la
frase de Freud: “Allí donde estaba ello, yo debo advenir” ¿Se trata de
capturar lo inconsciente, domesticar la sede de lo pulsional, y traerla
hacia el lugar del yo, hacia el espacio de lo consciente (o, en términos
lacanianos, a ese cruce particular entre los registros imaginario y sim-
bólico, donde el sujeto vive su identidad)?
A una posible respuesta af‌irmativa a esa pregunta, que dé lugar
a psicologías que buscan una restitución consciente del yo, puede
oponerse otra, derivada de una lectura diferente de la misma frase freu -
diana: se trata, más bien, de trabajar sobre esa verdad del sujeto,
irrevocablemente constituido por lo que le es más extraño; de trabajar,
en otras palabras, sobre la radical heteronomía que imprime a cada sí
su estructura psíquica, resultado de su particular paso por el complejo
de Edipo.
En el presente trabajo propondré, en dicho sentido, realizar un
ejercicio de lectura de dos relatos f‌iccionales para enfocar allí el lugar de
la alteridad como f‌igura de lo irreductible y a la vez como constitutiva
de sí, como aquél que nos constituye en la distancia insalvable que nos
separa de él.
El primero de los textos literarios será un breve relato de Gilbert K.
Chesterton de 1909: “Cómo conocí al superhombre”. En segundo lugar,
me referiré al cuento de Jorge Luis Borges, dedicado a H. P. Lovecraft,
“There are more things” (“Hay más cosas”) incluido en El libro de arena,
1 Podría llevar aún más allá la pregunta: ¿qué ocurre con ese pref‌ijo “des”? ¿Revela, en
tanto que partícula negativa, una nostalgia por aquel centro que nos permanece inac-
cesible?

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