Con el alma en un hilo

Las paredes de la cárcel federal de Puente Grande siempre me parecieron demasiado altas. El día que por teléfono me informaron acerca de mi sentencia a 20 años de cárcel, aquellas inmensas bardas crecieron varios metros más. En mi cabeza no cabía la posibilidad de pasar los próximos 20 años de mi vida encerrado en aquella prisión, donde la condición humana es lo último que se respeta.

La "recomendación" del gobernador panista Juan Manuel Oliva Ramírez y la ira de algunos políticos de Michoacán muy cercanos al presidente Calderón a quienes incomodé con varias notas en mi periódico local, fue suficiente para sentenciarme antes de concluir el proceso penal.

Tras el primer pase de lista de las seis de la mañana, el pasillo A de la sección 2-B del módulo uno quedó en total silencio. Todos, igual que yo, repasaban mentalmente el diálogo que desarrollarían a través del hilo telefónico. Nadie quería dejar para 12 días después alguna duda o pendiente con su familia. Queríamos bebemos el mundo en esos 10 minutos de conversación. Para compensar esa dificultad de comunicación los presos desarrollan una habilidad para resumir sus encargos, dudas y saludos en frases cortas, a veces codificadas. Se habla en forma telegráfica. Sólo se dice lo esencial. Nadie quiere que su diálogo sea repetitivo y por lo tanto claramente interpretado por los presos que están formados para usar el aparato.

"¡Lemus, mil 568, acerqúese ya! ¡Está lista su llamada!", gritó el oficial a cargo de la seguridad del pasillo y me desplegó el auricular.

De tres pasos llegué a él, quien me extendía el teléfono a la mayor distancia posible como si yo fuera un apestado, y le arrebaté el aparato. Antes de poder decir una palabra alcancé a escuchar al otro lado de la línea lo que me pareció un sollozo. El ladrido lejano de Horacio me inquietó más. Mi perro siempre me saludaba a través de la línea como si supiera de mi dolor. No me atreví a romper el silencio que zumbaba en el auricular. Ella habló primero. La sangre se me heló cuando escuché lo que ya presentía desde la madrugada.

"Ya dictó sentencia el juez", me dijo quedo, haciendo esfuerzos para evitar que la voz se le quebrara. Respiró hondo. Intenté pasar un trago de saliva pero tenía reseca la boca; no hay nada peor que eso y el presentimiento de la soledad.

-¿Cuándo se dictó la sentencia? -pregunté como si eso fuera lo más importante. Me negaba a escuchar los años que me había dado el juez al considerarme responsable de algo que sólo había pasado en la cabeza del juzgador.

-Te declaró culpable -dijo ella secamente, y con todo el dolor de la desesperanza acumulado me soltó-: te sentenció a 20 años.

La iniciación como preso federal en las cárceles mexicanas es más que denigrante. Atenta no sólo contra los derechos humanos sino contra la integridad física de los presos, quienes son tratados como animales. Se les tira a matar. Ese maltrato no se reconoce en ninguna instancia oficial ni en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Sin embargo, existe. Conocí presos que quedaron lisiados de por vida luego del ritual de acceso a la cárcel de Puente Grande. También conocí casos de internos literalmente asesinados a golpes. Sus cuerpos se...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR