Alma Delia Fuentes, en el abandono

AutorPaloma Boves D'Harcourt

La piel de nube, los ojos de musgo cristalino y la trágica condición de abandono siguen intactos. El destino de Meche, la inquietante muchacha de la cinta Los olvidados, persigue con ominosa tenacidad a su intérprete, la actriz Alma Delia Fuentes, a más de seis décadas de distancia de su polémica irrupción en la memoria de la cinematografía universal.

Su indigencia, que evoca a Meche en un dejo de irónica fatalidad, devuelve al presente la sabiduría profética de Octavio Paz, expuesta en Cannes, en abril de 1951, cuando promovió con ahínco entre el jurado y la intelectualidad europea la película de Luis Buñuel, al señalar que los personajes nos hablan de "un mundo cerrado sobre sí mismo, donde todos los actos son circulares y todos los pasos nos hacen volver a nuestro punto de partida. Nadie puede salir de allí, ni de sí mismo, sino por la calle larga de la muerte. El azar que en otros mundos abre puertas, aquí las cierra".

En este laberinto de profecías y espejos que se entreabren en el tiempo, Meche y el resto de los personajes buñuelianos dibujan una realidad tan atroz que termina por parecer temible, insoportable. Exactamente igual a la fatalidad y el horror que se ciñen sobre Alma Delia Susana Fuentes González, la última "olvidada".

Excepto que, como planteó Octavio Paz a propósito de la exhibición de la cinta en Cannes -donde obtuvo la Palma de Oro-: "Sin la complicidad humana, el azar y el destino no se cumplen y la tragedia resulta imposible". En el caso de la actriz, la colaboración de otros y el infortunio propio se han ido entretejiendo con dolorosa causticidad.

Alma Delia está sentada sobre una silla blanca, de plástico, cubierta de polvo y manchones pegajosos, a medio desvencijar. Toma a sorbitos un café y trata de comer el pequeño bocadillo que unos vecinos le han convidado. Sin dentadura, el proceso se dificulta, se eterniza... pero ella no se queja, lo agradece. Es el mes de noviembre. Son las 11:30 de la mañana y es su primer alimento, quizá el único que pruebe en todo el día.

Por un instante, la vivacidad de su mirada revive la sensual, espontánea e inocente imagen de Meche, arrellanada sobre las piernas de don Carmelo (Miguel Inclán), el ciego libidinoso de la picaresca buñueliana.

La escena, sin embargo, es distinta, aunque también cobra tintes de surrealismo. Mientras que Romina, su inseparable perra raza Pug y sus dos pequeños y cautelosos gatos, se afanan por obtener una pequeña ración de alimento, Alma Delia viaja al año 1951. Está ataviada con ropa sucia. Las zapatillas rotas, las mallas roídas parecen incrustadas en sus piernas. Bajo su asiento hay un churrete de excremento animal sobre el que se...

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