La agonía del estado

AutorJavier Sicilia

Según Giorgio Agamben, el buen funcionamiento de un Estado depende del equilibrio de dos fuerzas que lo constituyen: la potestas y la auctoritas, el poder mundano y el poder espiritual o, en términos modernos, la legalidad y la legitimidad. Cada vez que una ha querido supeditar a la otra, el orden de la vida social entra en graves estados de anomia. Cuando la legitimidad, que puede obtenerse mediante las urnas o mediante procesos revolucionarios, ha pretendido prescindir de la legalidad -es el caso de los Estados totalitarios del siglo XX o de las dictaduras del XXI- "la máquina política gira en el vacío con resultados letales". Algo semejante ha ocurrido con las democracias modernas en las que "el principio legitimador de la soberanía popular que se reduce a las elecciones" termina por subsumir la legitimidad en procedimientos jurídicos prefijados en leyes que socavan la justicia. El castillo de Kafka es un precisa alegoría de ello.

En México, sin embargo, nunca hemos tenido un Estado en el que legalidad y legitimidad haya mantenido un justo equilibrio. Durante los años en que el PRI gobernó, la legalidad fue siempre sometida a los arbitrios de un clientelismo que se pasaba por el forro leyes e instituciones. Durante la llamada transición democrática, los frágiles intentos por hacer que la legalidad empatara con la legitimidad se estrellaron con las redes de corrupción que el PRI creó o quedó atrapada en procedimientos jurídicos que terminaron por traicionar la voluntad soberana con la que la oposición llegó al poder. Un ejemplo de ello, en un país en el que el crimen es exponencial, es la impunidad que ha habido desde la época de Fox a nuestros días -más de 90%- y los pocos procesos judiciales que se siguen y quedan entrampados en argucias legales.

Con la llegada de AMLO al poder, estas dos fuerzas, lejos de equilibrarse, entraron en una pugna mortal. En nombre de la legitimidad y a la manera del viejo PRI, AMLO y Morena no han dejado de violentar la poca legalidad que se tenía. En nombre de la legalidad y la democracia la oposición pretende restituirle a la legitimidad el papel que perdió. La consecuencia es la parálisis de la máquina política y la violencia sin fin a manos de grupos delictivos que tienen capturado al Estado.

Tal vez el ejemplo más inmediato, por la mezquindad que lo envuelve, sea el caso de Yasmín Esquivel. El asunto es más que sabido. Lo inquietante es que a causa de que la legitimidad y la legalidad no caminan juntas...

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