Adolfo de la Huerta: Del poder al canto

AutorAlejandro Rosas

Cantaba ópera y no lo hacía nada mal. Tenía voz de tenor y se dice que durante los años de juventud su mayor aspiración era presentarse profesionalmente en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Estudió contabilidad como un seguro de vida, y música por vocación. Pero, al igual que toda una generación de mexicanos, los últimos años del Porfiriato y la revolución acabaron con sus sueños.

No sentía, sin embargo, afecto por las armas. Le provocaba más la política como un instrumento para alcanzar la paz, la conciliación y el bien común. Se unió a la revolución constitucionalista y, en 1915, Carranza lo nombró Secretario de Gobernación del movimiento revolucionario. Dos años después, cuando don Venustiano fue electo Presidente constitucional, De la Huerta fue nombrado Cónsul General de México en Nueva York. Su siguiente paso: la gubernatura de su estado natal en 1919.

Bajo el pretexto de que el Gobierno federal había violado la soberanía del estado e intentaba imponer en la Presidencia a un civil -cuando el candidato indiscutible era Obregón-, De la Huerta y Calles se levantaron en armas con el plan de Agua Prieta el 23 de abril de 1920. En menos de un mes, el triunfo era un hecho consumado. La victoria y su elección como Presidente Interino se levantó sobre el cadáver de Carranza.

La Presidencia de Adolfo de la Huerta duró seis meses. Su Gobierno fue pacificador. En los últimos nueve años (1911-1920), 10 presidentes habían transitado por Palacio Nacional sin que ninguno lograra conciliar los intereses de los grupos armados. En su breve, pero exitosa labor, mucho tuvo que ver su carácter: era simpático, franco, honesto y de buena voluntad. Siempre fue respetuoso de la vida y la dignidad humana.

"Fito", como le llamaba amistosamente Obregón, logró que Félix Díaz depusiera las armas e incluso le perdonó la vida. Se ganó a los últimos zapatistas, que continuaban en pie de guerra; aprobó el fusilamiento del general Jesús María Guajardo, asesino material de Emiliano Zapata, y también sometió al autor intelectual de la muerte del caudillo suriano: Pablo González. Pero su mayor éxito fue utilizar la palabra, el diálogo y la confianza para lograr la rendición del más temido de los generales de la...

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