Sin un adiós para la partida...

AutorSamuel Máynez Champion

Con este sintético proemio iniciamos la remembranza del personaje recién fallecido, cuyos méritos sobrepasaron, por mucho, los cánones habituales. Ahondemos: el Maestro, con mayúscula, Bañuelas fue un indiscutible merecedor del apelativo en las diferentes vías de su quehacer artístico, al punto que podríamos testificar que su impronta vital trasluce una fidelidad neta entre sus acciones y sus decires, en otras palabras, fue de los raros individuos que no escatimó esfuerzos para transitar por la existencia iluminando la multiplicidad de sendas que le deparó un destino que él supo labrarse.

Hagamos el listado en el orden que la figura pública demanda: Barítono, profesor de canto, compositor, dibujante, pintor, literato, hombre de convicciones recias -como su declarado ateísmo y su filiación de izquierda-, marido ejemplar y padre sin tacha.

Aunque en el orden, arbitrario como la propia muerte, habríamos de sugerir una modificación importante: tendríamos que empezar por enunciar al artista súper dotado que eligió, perfeccionó y practicó diferentes modos de expresión, pero que antes fue un sujeto que, al tiempo del cuestionamien-to sistemático de su existencia, optó por el amor en todas sus insondables vertientes.

Con ello, los escuetos apuntes biográficos que podamos consignar adquirirán la justa dimensión a la que un artista verdadero como él tiene derecho. Resultado de una unión conyugal plena y, asimismo, extraordinaria, fue la paternidad que el maestro Bañuelas abrazó sin quebrantos. Dos hijos criados con la cercanía y las premuras que su desarrollo emocional y psíquico requirió son, quizá, el legado más tangible de su fecundidad amorosa. Prueba de su consistencia en el difícil oficio de ser padre es que ambos -una hija doctora en letras alemanas modernas y un hijo con brillantes estudios de derecho- aprendieron a amar la música (ella toca el piano y él canta) y, por supuesto, que los dos devolvieron con creces el amor paterno que recibieron.

En cuanto a la vida marital, los elogios superan a la estupefacción: don Roberto supo ofrendarse sin medianías, dejando muy lejos los condicionamientos de la reprobable educación machista y volviéndose un practicante convencido de que la fidelidad en el amor es causa de júbilo razonado y de genuino sosiego interior. Doña Hortensia Cervantes de Bañuelas, su viuda y también una eminente soprano, ratifica el privilegio de haber compartido la intimidad con un hombre que la amó sin reticencias. Fue ella su...

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