El mal

AutorJavier Sicilia

La espantosa sintaxis de la crueldad ha estado allí en la historia y sus narrativas con la misma sorprendente y monstruosa monotonía. De La Biblia a La fiesta del chivo de Vargas Llosa; de los mitos griegos a Sade y de éstos a Las benévolas de Jonathan Littell, a La noche de Elie Wiesel, a los videos de torturas, violaciones, desmembramientos, decapitaciones que circulan en internet y que desde hace años aparecen con esas huellas en los cuerpos hallados en fosas clandestinas o arrojados en las calles y parajes de México, el horror es el mismo y, pese a todo, inexplicable.

Cada vez que se ha intentado explicar esa irrupción de lo absurdo en el centro de la vida, ese drama de la carencia de ser que se logra como desastre, lo único que se ha hecho -decía Iván Illich al referirse a las armas de exterminio masivo- es introducirlo en el debate de la vida, darle carta de naturalización, consentirlo, porque no es posible discutir con el lenguaje que define lo humano una evidencia de muerte, una realidad sin sentido ni significado.

Pese a ello, seguimos haciéndolo. Andrés Manuel López Obrador -un hombre cuyo pueril sociologismo no valdría nada si no fuera presidente de un país donde esas crueldades suceden a diario y van en aumento- se empeña en creer que es consecuencia de la pobreza, aunque no tengamos 50 millones de asesinos. Su argumento es tan estúpido como intentar justificar la pertinencia de un campo de exterminio.

En nombre de ese tipo de explicaciones, la sociedad relativiza el horror, permitiéndolo hasta normalizarlo. Somos -como alguna vez lo fueron los alemanes en el nazismo- gente que, sabiendo lo que sucede, nos negamos a creerlo.

Es cierto que no podemos hacer un mundo donde el mal no exista. La crueldad es tan vasta y repetitiva en su infamia como la historia de la humanidad. Pero podemos, contra cualquier explicación o intento de relativizarlo, decir: "NO"; "no lo aceptamos"; "nos negamos a colaborar con un Estado que consiente el mal".

Muchos continuamos haciéndolo.

Pero es imposible guardar alguna esperanza cuando los gobiernos, en nombre de las explicaciones sobre el mal, mantienen más de 90% de impunidad y usan la justicia arbitrariamente; cuando en nombre de una democracia vacía la sociedad relativiza su presencia; cuando la prensa lo presenta de manera parcial, selectiva y coyuntural.

Después de tanto horror deberíamos ser incapaces como sociedad de darle algún sentido a las palabras "torturar", "violar", "desmembrar"...

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