Los veneros de petróleo...

AutorJavier Sicilia

La discusión traída por la propuesta de reforma energética de Enrique Peña Nieto ha vuelto, como siempre que el tema del petróleo reaparece en el imaginario mexicano, a traer a la memoria los versos que Ramón López Velar-de escribió en 1921 -el año de su muerte- en Suave Patria: "El niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo el diablo".

Los poetas suelen ser clarividentes. Sus imágenes revelan a veces el horror que nos aguarda. No son meras ocurrencias. Son visiones que el poeta padece y que, en el relámpago de su luminosidad, guardan revelaciones profundas que, por desgracia, pocos atienden y muchos reducen a anécdotas de sobremesa. Sin embargo, el verso, en su concisión, es terrible: el petróleo, que pocos cuestionan, que en la polémica que se ha vuelto a desatar es elogiado como fuente de riqueza y poder, en el poema de López Velarde es, si atendemos al sustantivo "diablo", motivo de perdición. Independientemente de que en esta polémica -y en el orden de la vulgaridad del pragmatismo económico que quizá también el diablo escrituró- la propuesta de Cuauhtémoc Cárdenas es la mejor contra la de Peña Nieto, quiero entrar en la verdad que guardan los versos de López Velarde.

Si algo tiene el petróleo es su tremenda capacidad destructiva. Para comprenderlo habría que leer un libro fundamental, Energía y equidad, que Iván Illich escribió en 1973, 52 años después de los versos de López Velarde. No entraré en la parte sustantiva de la tesis, que es la crítica de la desproporción energética. Me centraré sólo en el petróleo y en una de sus monstruosidades, el automóvil.

El petróleo es, en primer lugar, el principal responsable de la tragedia atmosférica. Un coche compacto que transporta a un solo hombre sobre 500 kilómetros consume 175 kilogramos de oxígeno, es decir, lo que respira una persona en un año. Las plantas reproducen suficiente oxígeno para los más de 7 mil millones de personas que hay en el mundo. Pero no pueden hacerlo para un mundo cada vez más au-tomouilizado. La inmensidad de CO2 que libera el coche está generando parte del calentamiento global, responsable de la virulencia de los huracanes que ha hecho más honda la tragedia que vive el país.

Esta es la parte evidente que la lucha por la riqueza económica del petróleo ha olvidado. Hay otra, no evidente, que, como lo demuestra Illich, genera una profunda inequidad y corrompe, al igual que la atmósfera, el ambiente social. El automóvil, cuya existencia depende ahora...

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