2016

AutorJavier Sicilia

México terminó el año en medio del dolor y el descontento que se manifestó en marchas, tomas de carreteras, enfrentamientos de muchos sectores con las autoridades e intentos aislados de diversos grupos por construir una alternativa al desastre. Con esa realidad entramos ya en 2016. ¿Qué nos aguarda? Nada bueno.

Estamos, como no he dejado de analizarlo en estas páginas, ante una crisis civilizatoria que puede resumirse en esos versos con los que los zapatistas celebraron en silencio el fin del ciclo maya, en 2012: "¿ESCUCHARON? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue el día, era noche. Y noche será el día que será el día".

Las crisis civilizatorias, es decir, los procesos de los mundos que se derrumban, son largos. Lo son, también, los de los mundos que emergen del desmoronamiento. La crisis nuestra, cuyo saldo en 2015 fue peor que en años anteriores, se augura, por lo mismo, más grave para 2016. El día, es decir, el discurso triunfalista de un sistema que festeja entre ruinas, será la noche en donde los movimientos sociales, aún dispersos y fracturados, continuarán enfrentándose al sistema, mientras padecen sus consecuencias intentando unificarse en busca de un nuevo pacto social con reglas nuevas y humanas.

No sé si el desmoronamiento captado por los zapatistas será por fin absoluto en 2016. No sé tampoco si en medio del desastre encontraremos ese lenguaje y esa tarea que permitirán comenzar a edificar el nuevo mundo que necesitamos y del que hablan los zapatistas. A veces en mi percepción apocalíptica pienso que estamos no al final de los tiempos, sino en el tiempo del fin. Un tiempo en el que esa cosa amorfa que llamamos capitalismo, y que lo mismo alimenta al crimen organizado que a las corporaciones legales que instrumentalizan todo, no permitirá ya ninguna salida.

La crisis civilizatoria que continuaremos viviendo no es sólo, como muchos la han definido, líquida. Es también licuante. Tritura en su expansión todo lo que toca. Es, no obstante, un tiempo en el que en medio del desastre hay -es la enseñanza de los zapatistas- zonas donde los derrumbes son menos densos y pueden encontrarse espacios apropiados para edificar mundos humanos, zonas que desde las márgenes resisten esos ñujos devastadores, territorios que preservan lo humano, retrasan el final de los tiempos y permiten abrigar la esperanza de un mundo nuevo.

En todo caso, 2016 se me presenta como la parábola de Ante la Ley de Kafka...

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