1962

AutorAdán Cruz Bencomo
Páginas9-90
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Elogio fúnebre de los primeros héroes y víctimas de la patria
Es notable la escasez de epistolarios, diarios y memorias en todos los países
de lengua española, ha dicho Felipe Teixidor. Pero, ¿eso es verdad? Quizá sea
cierto que no se escriban en la proporción que en otros países, pero en lo que
toca a México, puede decirse que abundan los autores de cartas, diarios y
memorias, y no sólo, sino que algo de lo más característico de nuestras letras
se encuentra allí. Tan abundoso era Carlos María de Bustamante, por ejemplo,
que llevamos un siglo de echarle en cara que escribiera tanto, pese a que gra-
cias a su llamada grafomanía podemos reconstruir momentos del pasado mexi-
cano. No es don Carlos un escritor atildado, sujeto a reglas, obediente de la
gramática, servil a los modelos que se dan por clásicos: escribía como le venía
en gana, o si se quiere, como Dios le daba a entender. Con tan precarias armas
le salió al paso al gramático, al erudito, al impecable escritor Lucas Alamán.
Por su manía de consignar todo, se puede ahora saber, por ejemplo, cuál era el
régimen de lluvias en la primera mitad del siglo pasado. Porque apuntaba todo
lo que oía, y creía todo lo que llegaba a sus oídos, sabemos intimidades de la
vida mexicana de los días de Hidalgo y de Morelos. No. Contra Bustamante
se está no por ser más amigo de la verdad que de don Lucas, sino porque le
plugo llevar la insurgencia al campo de las letras, porque quiso dar el Grito
de Dolores de la literatura, que en sus días todavía esperaba Altamirano. Y
esperamos nosotros en los nuestros.
Hemos dicho que en el epistolario, en los diarios, y en las memorias en-
cuentra el mexicano campo propicio para sembrar. ¿Abundan en nuestras
letras libros como las Memorias de fray Servando Teresa de Mier Noriega y
Guerra? ¿Existe algo que pueda compararse en nuestros días al Ulises criollo
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ANDRÉS HEN ESTROS A
de José Vasconcelos? ¿Llegan a tres los libros como el de Victoriano Salado
Álvarez, Tiempo v iejo, Tiempo nuevo. Aquellos dos primeros de espaldas a todo con-
vencionalismo, a toda ley que sujete y recorte las alas; éste, dentro de las nor-
mas más estrictas. Aquellos, escritos con la mano zurda, siniestra; éste de don
Victoriano con la derecha, con la diestra, sin que por ello, con ser tan grande
escritor, deje a la zaga a fray Servando y a Vasconcelos. ¿Por qué? Porque los
grandes libros, como ha dicho Carlos Pereyra, los escriben los hombres más
que los escritores. ¿Por qué, si no por eso, está Bernal Díaz del Castillo por
encima de Antonio de Solís? La conjunción de hombre y escritor debiera ser
ideal de cuantos escriben.
Pero no era eso lo que yo quería. Lo que yo quería era identificar y establecer
el año de la publicación de un opúsculo que obra en mi poder, con la portada
a medio destruir. ¿Quién, si no Carlos María de Bustamante, podía sacarme
de este apuro? Pues tomo su Diario histórico de México, t. I, Zacatecas, 1896,
y encuentro en la página 549 la noticia que busco completar. El folleto fue
publicado en 1823 en esta Ciudad de México; contiene el Elogio fúnebre/ de
los primeros héroes/y/ víctimas de la patria,/ que / el 17 de septiembre de 1823/ En la
Iglesia Metropolitana de México á/ presencia de una Diputación del Soberano Con/
greso del Supremo Poder Ejec utivo, demás/ Corporaciones y O ficialidad/ Dijo / El Br.
Francisco Arganda r, Diputado/ por Michoacán.
Es cierto que Bustamante no da el pie de imprenta, pero proporcio-
na las circunstancias en que el Elogio fue pronunciado. “Dadas las doce
–dice– comenzó la misa que cantó el Canónigo Labasta: siguió luego el
sermón, que predicó el Dr. Argandar, Diputado por Valladolid, y duró hora y
nueve minutos; nada puedo decir del mérito de esta pieza oratoria, porque
colocado detrás de la pira, en ella quebraba la voz; supongo que lo haría
muy bien, porque está en posesión de hacerlo, y con entusiasmo, porque
amó mucho a Morelos; le nombró vocal en el Congreso de Apatzingán y
fue testigo de sus heroicas acciones, es imposible que al referirlas dejase
de ser elocuente y vigoroso. Concluido el sermón, el orador tuvo muchísimo
trabajo en llegar a la sacristía, porque se vio rodeado de la multitud de gen-
tes que lo celebraban, lloraban con él, le besaban la mano, le daban galas, y
cada uno expresaba su afecto como podía, á un hombre que tanto acababa
de honrar a los que habían sido tantas veces difamados en aquella misma
cátedra de verdad”.
En lo transcrito está don Carlos de cuerpo entero.
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ALACE NA DE MINUCI AS 11
Pero, ¿de veras era muy mal escritor Bustamante? ¿No será que su culpa
es haber sido un buen patriota, un insurgente denodado, un enemigo de la
tiranía, un adversario jurado de España, madrastra y no hermana de México?
De veras: en las cartas, en los diarios, en las memorias mejor se expresan
algunos de nuestros escritores representativos.
7 de enero de 1962
Visita a un maestro
He pasado unas horas en el puerto de Veracruz, en compañía de algunos ami-
gos. Andrés Iduarte, que venía con nosotros, me llevó a visitar a don Francisco
J. Santamaría, amigo y maestro mío de siempre. Vive don Pancho en una pe-
queña casa, rodeado de sus cosas queridas, en un ambiente sencillo, discreto,
como quien ha traspuesto todos los altibajos de la vida. Allí se encuentra a
gusto, entregado a los recuerdos, a las evocaciones que es ejercicio de hombres
maduros.
Cuando llegamos a su casa se encuentra sentado en una mecedora, con
los lentes puestos. Tiene muy poca vista don Pancho; con suma dificultad se
guía y puede leer; pero la otra, la luz interior, se adivina viva, se la ve en su
conversación, chispeante y retozona. Nos dice que lee nuestros artículos; los
de Andrés, su paisano y amigo desde la niñez, los tiene recortados; sobre cada
uno de ellos hace breves comentarios, los enriquece con otros recuerdos que
Iduarte pasa por alto, tal vez porque los escribe la víspera de su publicación,
sin tiempo para detenerse sino en la verdad emotiva que encierran.
De muchas cosas platicamos. Entre ellas, sobre su condición de académico
de la Lengua. Desde hace tres años ya no viene a la capital, ya no asiste, por
tanto, a las sesiones, pero sabe cuáles son los trabajos de la institución, quiénes
los nuevos académicos y las circunstancias en que han sido aceptados, qué pe-
ripecias tiene que sortear la corporación para ir viviendo. En suma, Santamaría
está al día. No nos lo dijo, pero no es remoto que siga escribiendo sobre las cues-
tiones de su especialidad, o acaso, un libro de recuerdos, con lo que enriquecería
ese capítulo de las letras mexicanas, o las letras patrias, como gustaba decir
su maestro Manuel Sánchez Mármol. Un hombre que como él ha acumulado
tanta experiencia, ha vivido instantes decisivos de la historia nacional, ha peli-

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