Ximena Peredo / Reconciliarnos

AutorXimena Peredo

Cuánto daño nos ha hecho creernos oposición del Gobierno. Es verdad que en no pocas ocasiones la conducta antisocial de algunos funcionarios merece ser señalada, pero si el fin de esto es el escarnio nos condenamos a la pobreza política.

La tradición política de asumirnos en perpetua competencia contra agentes de Tránsito, Alcaldes, Diputados y en general, contra todo servidor público, alimenta la falsa creencia de que las cosas nunca mejorarán. Con los enormes desafíos que plantea la colaboración, quiero proponer un viraje de perspectiva.

Harta la negligencia programada, la incapacidad para gobernar, la vulgaridad con que se conducen los asuntos públicos, sí, pero si esto se desea cambiar habrá que salirse del papel del ciudadano que goza sentirse puro porque el otro está hundido en lodo. Detrás de esta actitud de quien se conforma con el desahogo está una adicción al conflicto, pero, sobre todo, está la creencia de que Gobierno y sociedad son enemigos naturales.

Nuestra Ciudad habla de este malentendido. Es evidente que no existe colaboración política entre sus miembros. El ciudadano común encuentra a su paso suficientes motivos para alimentar su frustración: calles hechas pedazos, servicios públicos deficientes, parques abandonados, corrupción; pero el funcionario público también alimenta este conflicto al evitar entrar en contacto con el ciudadano, al cerrarle puertas, al negarle información.

Uno de los pilares del capitalismo -la desregulación de la economía- pretende precisamente desfigurarle la cara al funcionario público hasta volverlo el blanco de todas las quejas. Lo que pretende esta ideología es adelgazar al máximo al aparato de gobierno como si la fuente de nuestras desgracias fuera el exceso burocrático y los abusos del poder. Por supuesto que algo de esto es no sólo cierto, sino evidente, pero el problema es más complejo.

Cierto que la conducta nefasta de muchos servidores públicos comprueba la tesis neoliberal de que el Gobierno no sólo es inútil, sino que obstaculiza el desarrollo, pero habrá que irse con cuidado al concluir que, por lo tanto, menos Gobierno o menos instituciones es mejor. Quizá estemos confundiendo el largo con el ancho. No vayamos a realizar un corte del que nos arrepintamos después.

El ejemplo que tenemos más a la mano es la discusión...

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