Ximena Peredo / Política y superstición

AutorXimena Peredo

Producto de una negociación cupular, finalmente fue aprobada la reforma fiscal. Han pasado por lo menos dos siglos desde que en México se abolió el poder de una monarquía distante y, sin embargo, quienes diseñan nuestras obligaciones continúan ignorándonos. Nuestro derecho se limita a poder expresar descontento sobre la materia ya legislada y a esto le llaman, graciosamente, democracia.

Esta actitud despótica no es exclusiva de Senadores y Diputados federales, ni del Gobierno federal, por desgracia cruza todos los niveles horizontales y verticales de la burocracia nacional. En México las decisiones públicas que nos son vitales se toman en la radicalidad del secretismo.

La figura que hoy mejor retrata esta pérdida de significado deliberativo se llama "Pacto por México", un espacio de negociación privada con graves repercusiones públicas. Es decir, una fuente ilegítima de derecho.

Pero éste no es un asunto de jurisdicciones territoriales, sino de superstición política. En Nuevo León, los Diputados se aprobaron un alza a su gasto interno. El próximo año ejercerán 303 millones de pesos. Van a arreglar los climas y el estacionamiento, dicen.

Superstición es creer sin evidencia. La Ley nos obliga a respetar las decisiones de estos señores aunque de ninguna forma demuestren criterio para procurar el bien común.

Cornelius Castoriadis, filósofo francés del siglo 20, planteó como una de las incongruencias insalvables de la democracia contemporánea la pérdida colectiva de autonomía individual. Las democracias falsas requieren individuos dispuestos a sacrificar su libertad de pensamiento, aunque con ello se cancele, precisamente, la democracia.

Se nos olvida que para que exista un régimen democrático es indispensable primero la comunidad democrática. Pero ¿cómo construir una sociedad democrática siendo hijos e hijas de un sistema autoritario, hipócrita y corrupto?

El hecho de que una élite política tenga tanto poder sobre nuestro futuro al punto de decidir cómo y sobre qué cobrarnos y en qué gastar ese dinero se sostiene en última instancia en la apuesta de que el legislador, sólo por serlo, salvaguardará el "espíritu de la ley".

O bien, que el hecho de haber sido votado lo reviste de autoridad, como si la...

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