¿Sociedad en guerra?

(Embargada para sitios en internet hasta las 24:00 horas locales)Gabriel Guerra Castellanos(Internacionalista)EL UNIVERSALEl país entero parece consumido, obsesionado, por la guerra entre y contra la delincuencia organizada. El gobierno, por supuesto, que le ha apostado a una estrategia de terapia de choque para tratar de contener al fenómeno de la criminalidad sin freno con que se encontró; la clase política, dividida entre buenas intenciones, crítica constructiva y propuestas concretas por un lado, demagogia pura y oportunismo por otro, y desconcierto para los muchos que quedan en medio de esos dos extremos, llenos de impotencia y temor por el enorme costo y mínimo beneficio político de tratar de hacer algo al respecto.Los medios de comunicación, y quienes de una u otra manera en ellos colaboramos, también enfrentamos de distintas formas el reto de informar, analizar, opinar y criticar sin caer en los excesos del amarillismo ni en el silencio complaciente, cuidando unos literalmente el pellejo, otros el prestigio y algunos, no sé si los más o los menos, tratando de comprender lo que le está sucediendo, como en cámara lenta, a nuestro país, a nuestra sociedad, a las instituciones, a los mexicanos.La burocracia, y en ese apartado incluyo a mandos medios y bajos de los Ejecutivos federal, estatales y municipales, así como de los cuerpos policiacos, debe lidiar con la muy tangible y sangrienta amenaza criminal; con sus propias limitantes de capacitación y equipamiento; con la apatía e indiferencia de muchos de sus mandos y de los ciudadanos a los que están por ley obligados a proteger; con la abrumadora superioridad de recursos de la delincuencia y con la percepción de ineficiencia o complicidad que justa o injustamente se ha ganado.Las Fuerzas Armadas, por su parte, han tenido que cargar con la peor parte: deben enfrentarse a un enemigo que no conoce de reglas de combate, de ética o moral en el campo de batalla, ni mucho menos de derechos humanos, daños colaterales u otras lindezas. Un enemigo cuyo armamento es muchas veces comparable al del miembro de un ejército adversario, pero que no tiene las limitantes de un combatiente formal, y sí en cambio la flexibilidad (que no las justificantes) de un guerrillero: el cobijo de la población, casi siempre obtenido con amenazas, y a veces con dádivas, y en el colmo del descaro, el apoyo...

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