Escenarios/ ¿Significa algo la palabra amor?

AutorLuz Emilia Agular Zinser

Necesidad, ternura, dolor, rabia florecen de una madre a su hijo en el tránsito de la sumisión a la ausencia. En Cartas a Mamá, tragicomedia de David Olguín dirigida por Rodrigo Johnson, estamos ante una puesta en escena inusual en México, que recupera a fondo la cualidad única del teatro, de ser aquí y ahora en el cruce de la ficción y la realidad, en el encuentro de los teatristas y la audiencia.

La función tiene lugar en el departamento del director. Para asistir es preciso hacer una cita. Se teje en este espacio la ficción con la cotidianeidad del creador: sus libros a un lado de la pequeña gradería, las máscaras que decoran la estancia, una inesperada tina en lugar de la mesa de centro y la gatita blanca, María Conesa que atraviesa a su antojo de la pequeña gradería al escenario. Con sus pasos sigilosos, imprevisibles nos lleva del olvido de nosotros en el hecho teatral, a la conciencia de la inmediatez de estar asomados a una realidad que va más allá del teatro.

En las cartas de una madre a un hijo, de un hijo a su madre asoma una compleja geografía de amores y desamores. A partir de lo íntimo familiar se crea una metáfora de un poder totalitario. La aberrante obsesión por un orden que inventa en una idea de Dios su fundamento, una necesidad particular que se erige como verdad universal. Un policía encargado de hallar a un muchacho extraviado cumple la función de impedir para siempre el reencuentro. Pregona la necesidad de resguardar unos valores que tiene el violento impulso de transgredir: Dice este guardián de la disciplina: "M gustan los jóvenes (...) delgados y fuertes. No, nunca ha sido un secreto ni lo he ocultado. Todos lo saben y por eso en ocasiones me vigilan. Tengo que contenerme y frenar mis inclinaciones porque me preocupa la religión. Es lo más importante que existe en el mundo. La aceptación de lo luminoso que una vez estructurado se vuelve natural (...) este vínculo es sagrado jovencito, con mi tutela aprenderás a reconocerlo; es un vínculo de sumisión con aquel que controla y ordena el universo". El tirano está convencido de que "la duda corrompe el alma. Los grises destruyen la voluntad. Contéstame sí o no, blanco o negro, todo o nada".

El personaje es un arquetipo de la perversión del que tiene poder, del religioso que prohibe lo que a sí mismo se permite practicar a la sombra, en el abuso; la del Fürer que somete a los súbditos en pos de una idea de lo que debe ser. ¿Pero que pasa con los sometidos? El poder es un...

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