¿Oportunista o mediador?

AutorJoaquín Barriendos

La década de los 90 trajo consigo una verdadera eclosión de nuevas instituciones dedicadas a la producción, la circulación y la exhibición del arte contemporáneo. Lo que conocemos ahora como la bienalización del arte (es decir, la proliferación de bienales y ferias especializadas brotando en múltiples capitales y ciudades del mundo) es quizá la cara más evidente del proceso de reestructuración de la cartografía institucional del arte contemporáneo. Junto a estas transformaciones apareció una nueva figura, la del curador de arte contemporáneo, a la cual se le ha venido otorgando (cada vez más) una gran atención pública cargada de un aura de autoridad internacional. A pesar de ser una actividad consolidada mediante su profesionalización -dentro y fuera de las nuevas instituciones del arte contemporáneo- el trabajo de curador suscita miradas suspicaces de los artistas, los coleccionistas, los críticos y la opinión pública. En algunos casos, tales sospechas surgen de planteamientos que zigzaguean entre lo expositivo y lo discursivo mientras que, en otros, conciernen más bien a lo propiamente económico y laboral.

Sin poder evitar ser extremadamente esquemático, me gustaría describir los dos polos sobre los que oscila la legitimidad sospechosa del trabajo de curador en la actualidad. Por un lado, suele pensarse que la libertad y la legitimidad de los curadores deberían mantenerse por debajo de la libertad y la legitimidad que la sociedad otorga a los artistas y a las obras de arte; desde esta perspectiva, el curador tiende a verse como un oportunista proxeneta o un agente semiinstitucional que se vale del esfuerzo y la precariedad de los artistas, el cual codifica a su favor los contenidos artísticos para ganar prestigio personal.

Por el otro, el curador es considerado más bien como un mediador imprescindible para que los complejos contenidos del arte contemporáneo puedan ser comunicados, socializados y democratizados, sin el cual las instituciones artísticas se mantendrían escindidas de la vida social del arte; bajo esta segunda perspectiva, por lo tanto, el discurso curatorial parecería ser el único capaz de garantizar la continua articulación del arte contemporáneo en la esfera social. Como puede deducirse, estos extremos se basan en dos maneras diferentes de concebir la relación entre la autonomía de lo artístico y la autonomía de lo curatorial. Así, mientras que en la primera la legitimidad del curador parece surgir de la autonomía del arte...

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