¡S.O.S!

AutorDiana Álvarez

Cambiar de casa y escuela transformó mi personalidad cuando tenía 12 años. Me recuerdo alegre en el antes, y seria, ensimismada, en el después.

Por ello me preocupaba mucho cómo tomaría Alú, mi hija, el irnos a vivir un año fuera de México. Pero pronto encontró a Karla y Aurora en el Colegio Claudio Moyano de Argüelles, en Madrid. Y aprendió a jugar al "pilla-pilla" (quemados), a pronunciar la "z", a comer bocatas de jamón serrano y a disfrutar el verano en las playas de Santander.

Al regresar, la alegría de reencontrar a sus primos amortiguó la separación de sus "coleguis" españoles. Entró a una escuela pequeña y acogedora. Llegaron a su vida Maru, Daniela, Mariana y Adamaris, aunque esta última se fue a vivir a otro país al poco tiempo.

La maestra nos contó que el último día Alú abrazó a su amiga y le explicó que no debía preocuparse porque en los otros países, aunque estuvieran muy lejos, había niños, árboles y flores. Eso nos dio tranquilidad.

Terminó el kínder y el cambio de escuela fue inevitable. Entró a una grande, en donde cursaría la primaria. Desde el primer día le gustó mucho, pues había patos, un arenero y jardín. No faltaban las flores, que le son indispensables para sonreír cada mañana.

Pero de golpe se enfrentó a 25 compañeritos, la mayoría de los cuales estaban juntos desde maternal.

"No tengo amigos, mamá, no quieren ser mis amigos", decía Alú. Las primeras semanas lo vimos como algo normal, pues apenas la estaban conociendo.

Alfredo y yo empezamos a apoyarla: él entró en la asociación de padres de familia y ambos le organizamos una fiesta de cumpleaños para que sus compañeros la ubicaran y aprendieran su nombre.

El tiempo pasaba y Alú seguía con la carita triste y el ánimo apagado. Era demasiado. Entonces nos enteramos que algunos niños habían promovido no hablarles a los nuevos y había un ¡boicot!

"¡Auxilio!", pensé: ¿cómo ayudas a tu hija no sólo a desarrollar estrategias de integración sin invadir su espacio, sino también a enfrentar el rechazo?

Decidimos que había que actuar por varios frentes: la comunicación con otros papás y propiciar espacios de convivencia fuera de la escuela (invitar a la casa, salir juntos, ir al parque).

Hablar con sus maestras fue clave. Ellas no conocían cómo era Alú antes y la veían como una niña noble, dedicada, pero reservada. Nos recomendaron diversas actividades para que, desde el respeto a su personalidad, promoviéramos...

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