¡Felicidades, Quebec!

AutorAdalberto Ríos Szalay

En 1535, 14 años después de la caída de México-Tenochtitlan, un navío francés se aventuró a entrar en uno de los ríos más grandes del mundo (hoy llamado San Lorenzo). Jacques Cartier estableció, en nombre del Rey de Francia, el primer asentamiento europeo al norte del continente americano. Lugar de belleza extraordinaria y riquezas sólo conocidas por sus habitantes originales: los indígenas iroqueses.

Pronto, el invierno, los iroqueses y el escorbuto les demostraron a los recién llegados que las cosas no serían fáciles, al grado de que estos se retiraron, y no fue sino hasta 1608, hace exactamente 400 años, que Samuel de Champlain fundó un caserío que se convertiría en la señorial ciudad de Quebec.

En iroqués Kebek significa "lugar donde el río se estrecha". La urbe se fundó al pie de un promontorio rocoso de 103 metros, el cabo Diamante. El comercio con los indígenas dio lugar a una ciudad de dos niveles: el Alto y el Bajo Quebec.

En los programas conmemorativos de su cuarto centenario, se consigna que Quebec es "la única ciudad fortificada al norte de México", pero en ello los quebequenses se quedaron cortos y pecaron de modestos.

Quebec no sólo es la única población amurallada de esta zona del continente, sino el primer centro urbano de América del Norte, allende nuestro país, que forma parte del selecto grupo de ciudades consideradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, honor que comparte con 10 urbes mexicanas.

Lo anterior patentiza que México y Quebec corresponden a esquemas civilizatorios con un origen común: la latinidad. Al igual que lo sucedió en México, los fundadores de Quebec no la bautizaron con el nombre de una ciudad gala, sino con el de su nación: Nueva Francia.

Quebec honra el reconocimiento mundial que la coloca entre los 20 destinos turísticos más visitados del mundo poniendo como muestra su herencia, no como museo, sino como un lugar vivo que ejerce, recrea, disfruta y comparte su cultura.

Como muchos, traspasé sus murallas por la puerta de San Luis, entrando así a su corazón histórico, donde armonía y belleza llevan a cualquier visitante a un delicioso paseo que, como suave caudal, lo transporta, aun sin proponérselo, hasta la ribera de su río, a través de calles ordenadas y pletóricas de casas con techos de dos aguas y ventanas que asoman desde las buhardillas con limpísimos vidrios para poder atisbar, desde los tejados y desvanes, la vida que fluye desde hace 400 años.

La cualidad esencial del Centro Histórico...

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