¡Es Puma! / Gritos y sombrerazos

AutorGermán Dehesa

Como habrán visto, la Copa Toyota Libertadores puede ser intensamente ridícula. Ya lo he dicho, pero debo insistir en que la asociación de Bolívar y Sucre y 0' Higgins e Hidalgo con una marca de coches japoneses es una suerte de sacrilegio verbal nacido de la estúpida e inculta "creatividad" de los publicistas modernos (no es imposible que pronto nos anuncien el Torneo de Golf Kotex-Pancho Villa).

Me refiero, ya lo habrán imaginado, al demencial partido de las Chivas en la cancha del Boca Juniors: facinerosos en la cancha y facinerosos en la tribuna. En verdad no entiendo por qué les llaman jugadores de futbol a seres como Schiavi y Palermo, cuya verdadera vocación es la de asesinos seriales. El partido comenzó mal, pero luego empeoró y finalmente degeneró en desmadre, expulsiones, agresiones de todo tipo y suspensión de un partido que nunca fue tal.

En plan de exigencia, se podría hablar de la disposición netamente defensiva con la que las Chivas salieron a la cancha de la Bombonera, pero creo que en este caso tal dispositivo fue justificado y explicable. Los que tenían obligación de anotar, los que traían el orgullo herido y la autoestima por los suelos eran los jugadores de Boca, que cargaban a cuestas la drástica goliza de 4-0 que, por módico precio, adquirieron en la capital del Estado de Jalisco (Machisco, según Monsiváis). Para entender cabalmente esto, hay que conocer la capacidad vocinglera, tormentosa, telenovelera y operática que tienen los medios deportivos en Argentina y hay que conocer también cómo se las gastan los aguerridos habitantes del barrio de la Boca, que vendría siendo el Tepito del cono sur.

Todavía el Boca Juniors no acababa de llegar a Buenos Aires cuando ya los medios y las voces populares vociferaban terribles peroratas en torno al orgullo mancillado, la afrenta nacional y la urgencia de una venganza cumplida. Los tambores de guerra retumbaron durante varios días y fue en ese encendido ambiente donde vinieron a caer los muchachos de Vergara comandados por Benjamín Galindo, que es un alma serena, y por Adolfo Bautista, que es un ser más bien atoludo y sin más bronca perceptible que la que ha de tener con su mamá que le puso "Bofo" (pocos apodos más certeros he conocido).

Así las cosas, a nadie debería extrañarle que las Chivas hicieran gala de sensatez y decidieran defender su amplia ventaja y aguantar el arremolinado, desordenado y salvaje ataque de los gauchos de barriada...

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