Álvaro Bitrán / Sí, me gusta el futbol...

AutorÁlvaro Bitrán

Muchos conocidos míos parecen desconcertados ante el hecho de que a un músico clásico como yo, y que toca además el violoncello, le guste el futbol.

Algunos amigos (cercanos) han tenido incluso la osadía de preguntarme cómo es posible que, además, le vaya al Toluca.

Es cierto que logro entender esa visión miope del asunto. Porque la razón que lo explica trasciende con creces una explicación superficial y ordinaria.

Pero antes, y como prueba de que mi fanatismo es tan sincero como ancestral, y que además no me avergüenzo de ello, les comparto un par de intimidades contundentes:

  1. Tanto en mis recuerdos primigenios como en las fotos de la infancia, me veo siempre como un niño con la suela (de cuero) del zapato despegada y con eternas costras en las rodillas.

  2. He llegado a ir solo al Estadio Azteca un miércoles en la noche (frío) para ver un Necaxa-Pachuca.

Para empezar, quien tenga esperanzas de poder comprenderlo, tiene de preferencia que haber jugado futbol.

Primero, porque el espectador establece con la jugada que observa una conexión que trasciende la mental (de esa hablaremos más tarde) y que se aloja directamente en nuestros complejos sistemas de nervios y músculos.

Cada jugada genera una serie de impulsos reflejos mínimos, que van del cerebro a los músculos (aunque a veces no llegan) y que la tecnología moderna no se ha tomado aún la molestia de medir (supongo que por su evidente inutilidad).

Tanto es así que al final de cada partido compartimos el cansancio con quienes jugaron, y mas aún si los hemos estado acompañando en su ardua lucha con un par de cervezas.

Y en segundo lugar, porque en la infancia el futbol es un juego cuyo terreno de acción se sitúa por igual en una calle empolvada de la Colonia Héroes de Nacozari, en la selva Lacandona o en otro campo imaginario mucho más sutil, en el cual todo es posible.

En ese estadio onírico cada gol metido entre dos piedras resuena con un estruendo universal que haría palidecer al Coloso de Santa Úrsula. Ese gol lleva un poco de nuestro futuro, sueños, frustraciones y fantasías.

Y por favor no crean que disfruto los comentarios casi siempre aberrantes de los analistas, ni la voz aterciopelada del Perro Bermúdez.

Al tirarme en mi cama a ver el futbol entro más bien en un estado que los místicos no dudarían en calificar de alterado o iluminado (dependiendo de su nivel de esoterismo), en el cual las ideas navegan por las aguas del cerebro con una brisa fresca. A través de la observación...

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