William Jefferson Clinton/ El sida no es una sentencia de muerte

AutorWilliam Jefferson Clinton

Los historiadores mirarán al pasado, es decir hacia nuestra época y verán que nuestra civilización gasta muchos millones de dólares educando a la gente sobre el azote del VIH y del sida, que hasta la fecha ha cobrado 25 millones de vidas y que podría infectar a 100 millones de personas en los próximos ocho años.

Pero lo que no encontrarán tan civilizado es nuestra incapacidad para tratar al 95 por ciento de la gente con la enfermedad.

Dado que la medicina puede hacer que el sida pase de ser una sentencia de muerte a una enfermedad crónica y reducir la transmisión madre a hijo, nuestra incapacidad para ofrecer tratamientos parecerá medieval para los futuros historiadores, como una sangría.

Considere que hay cerca de 6 millones de personas con sida en el mundo subdesarrollado, los cuales deben recibir tratamiento, pero no es así. Eso sin contar los 36 millones de personas alrededor del mundo cuyas infecciones necesitarán tratamiento en los próximos años.

A nivel mundial, 14 mil personas se infectan diariamente con el VIH, y el número de personas infectadas aumentará a más del doble para el 2010.

Para agravar aún más el horror, millones de niños nacen al mundo portando el VIH. Sin tratamiento, ellos también se enfermarán y morirán -pero no antes de ver morir a sus padres, dejándolos huérfanos.

Confrontados con estos terribles hechos, podemos ofrecer nuestras excusas a los historiadores del futuro: demasiados países todavía niegan el panorama del problema y lo que se tiene que hacer sobre éste; muchos países carecen de infraestructura de salud en toda la nación para tratar dicha enfermedad; la mayoría de los países no tienen suficiente personal para el cuidado de la salud para manejar un complicado programa de tratamiento; los medicamentos necesarios son costosos y no están disponibles para la gente en los países más pobres y más duramente afectados.

Pero esos hechos sólo sirven para esbozar el alcance del problema. No justifican nuestra incapacidad para reconocer los imperativos morales y prácticos para montar un programa de tratamiento a toda marcha en conjunción con los actuales esfuerzos de educación y prevención.

Algunas personas argumentan que el tratamiento es menos importante que la prevención; un dólar gastado en prevención, dicen, ayuda más a disminuir el esparcimiento de la enfermedad que un dólar gastado en el tratamiento de alguien que ya la tiene.

Pero esta es una opción falsa. La prevención no funciona a menos que grandes...

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