Vuelven monos de Quezada

AutorYanireth Israde

Bohemia, trasnochadora y antojadiza: así era la Ciudad de México que cautivó al historietista Abel Quezada cuando la conoció en los años 30. Su idilio con ella perduró hasta finales de los 80 y transcurrió entre el amor y el odio, como se manifiesta en el centenar de cartones que estarán expuestos a partir del lunes en la Galería de las Rejas de Chapultepec.

"Adorable y enemiga. La ciudad de México en los trazos de Abel Quezada" es la primera muestra dedicada al cartonista en la última década, tras la retrospectiva que presentó el Tamayo en 1999.

Es apenas un "probadita" para saborear el humor de este clásico de la caricatura mexicana, uno de los escritores-dibujantes más leídos en la segunda mitad del siglo 20, asegura el curador Alfonso Morales.

Con la ayuda de personajes como El charro Matías, Gastón billetes, El tapado o El policía con moscas, Quezada describió y fustigó los absurdos de la vida pública de México, las mañas de su sistema político y los atavismos culturales de sus habitantes, añade el investigador, quien reunió para esta exposición cartones publicados en Ovaciones, Cine mundial, Excélsior y Novedades, entre otros medios.

Como buen "chilango", Quezada no nació en la capital -era originario de Monterrey- pero desde joven recorrió sus calles, exploró sus recovecos, acudió a sus tertulias y disfrutó sus placeres.

"Buena parte de su crónica tiene que ver con esa maravilla menuda que significaba comerse unos buenos tacos, ir a un teatro para ver a unas exóticas bailando desnudas, asistir al parque de béisbol o acudir al box".

En la relación de amor-odio con la Ciudad, la balanza se inclinó hacia lo "adorable", opina Morales. Pero en sus etapas de enemistad fue un crítico demoledor de sus desfiguros y defectos.

"La Ciudad se transformó en un monstruo ingobernable e incronicable. Dejó de ser, como él decía, bohemia, trasnochadora y antojadiza para convertirse en una megalópolis infernal".

Quezada -fallecido en 1991 a los 71 años- desarrolló un estilo desparpajado, que otorgó igual importancia al texto que al dibujo. Esa unión de elementos, subraya Morales, permite una lectura rápida, efectiva, contundente y, por supuesto, humorística.

"Él afirmaba que su estilo de cartón se derivaba de su conciencia de que no era un gran dibujante; en cambio, entendió el espacio editorial del cartón como un ámbito de experimentación comunicacional, y fue extraordinario".

A tal grado resultaron "legibles" las obras del también ilustrador, que...

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