De Memoria/ La voluntad de un estilo

AutorSealtiel Alatriste

28 de marzo de 1936: Nace el novelista y ensayista peruano, Mario Vargas Llosa, quien acaba de publicar su novela La fiesta del chivo.

A principios de los años 70, después de la conmoción que significó el movimiento del 68, había encontrado un remanso donde la lectura era mi mejor aliado. Un día entré a la vieja Librería de Cristal de la Alameda, que había dado origen a una cadena de establecimientos del mismo nombre. Era una bóveda de cristal bajo la cual se exhibían los mejores libros de la ciudad. Ahí, escondido entre otras novedades, vi la edición de bolsillo que Alianza Editorial había publicado del Tirant lo Blanc. Lector asiduo de novelas de caballería, lo empecé a paladear maravillado. De inicio, lo que más me sorprendió fue el prólogo del escritor peruano Mario Vargas Llosa, y la solidaridad con él fue inmediata. Me sorprendió su conocimiento del mundo caballeresco, de las fantasías medievales, del amor cortés, y del profundo significado que aquel mundo guardaba todavía para nosotros. Eran mis años finales de la carrera de Filosofía y Letras, donde el estudio de la literatura y la creación todavía se confundían en mi mente, cuando no sabía las diferencias entre lectura y escritura, cuando crítica y comprensión eran aún una nebulosa confusión. La lectura de aquel prólogo de Vargas Llosa, que fue mi entrada a su literatura, me dio esperanza para comprender que era posible ser novelista y crítico, que la vocación de todos los que en aquel tiempo estudiábamos letras podía convertirse en profesión. Vargas Llosa, en cierta forma, lo había logrado; era uno de los novelistas con más prestigio en América Latina, pero seguía ejerciendo "la carrera" que había estudiado en la Universidad de San Marcos.

A las pocas semanas, Germán Dehesa me regaló La ciudad y los perros. Todavía recuerdo con emoción la sorpresa que me produjo su lectura. Me levantaba temprano, iba por los rumbos de la Universidad para leer, y mientras veía amanecer tras los volcanes, me adentraba en el mundo sórdido de la Academia Militar Leoncio Prado. La novela era algo más que una recreación biográfica. La vida del autor estaba ahí, para qué negarlo, pero el centro de la novela era, por decirlo así, la literatura misma: el estilo, la estructura, la voluntad de recrear el mundo. No era que Vargas Llosa pusiera en escena ideas que había expuesto en su prólogo a Tirant lo Blanc, sino que, de una manera semejante, parecía reconocer la necesidad de dar a la literatura, y...

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