Vivir bajo el puente

AutorAndro Aguilar

Fotos: Óscar Mireles

"La vida da muchas vueltas", advierte Olimpia Lozada Martínez mientras cuenta cómo hace 16 años manejaba un automóvil propio y tenía empleada doméstica. Lo narra desde el bajopuente que habita con sus cuatro hijos en el oriente de la Ciudad de México.

La madrugada del 26 de agosto de 2010 llegó a vivir debajo del puente vehicular. Hacía frío. Traía consigo un ropero, dos camas, una estufa, un refrigerador que le había regalado su madre y lo principal: sus cuatro hijos de ocho, seis, cinco y tres años de edad. Ya no le alcanzaba para comprar alimentos, pagar los mil pesos de renta, el consumo de luz y rellenar el tanque de gas.

Con ayuda de uno de sus tres hermanos y su vecino Miguel, quien también se mudó al puente, acarreó aparatos y muebles en un diablo metálico. Apenas terminaron de descargar, tendió en el suelo polvoso un colchón y se acurrucó con sus hijos somnolientos. La oscuridad era total. Cubrieron sus cabezas con las cobijas para evitar -sin éxito- que los moscos les picaran el rostro. Era la primera noche de las mil 89 que hasta hoy han pernoctado en el lugar.

"¿Has visto esas ratas que andan en el basurero, que llegan y se meten en un hoyo con sus ratitas?", pregunta, y de inmediato responde: "así yo me vi".

Vivienda

Es viernes. El espacio que han acondicionado como su casa es invadido por el humo que despide el fogón donde cocinan, rebota en el techo inclinado que reduce las dimensiones del lugar al fondo. La ropa pronto se impregna de olor a hollín.

Los siete sillones que en su mayoría les han regalado vecinos de la zona forman una escuadra en torno a la mesa central de madera. Enfrente se encuentra una estufa que no usan por falta de gas -les robaron el tanque- y un refrigerador que mantiene frescos los alimentos. En medio hay otras dos mesas con un par de lechugas, un frasco de azúcar, platos, aceite, trastes...

En el piso, dos canastas verdes de plástico con verduras recolectadas en la Central de Abastos.

Olimpia sirve frijoles negros, arroz rojo y un trozo de pescado. Tiene buen sazón. Un hombre que trabaja en una pescadería les regaló un kilo de filete que los anfitriones comparten. Para acompañar: tortillas calientes y una salsa roja.

Aquí viven seis adultos y cuatro niños que no pueden satisfacer con sus ingresos todas las necesidades con que el Coneval mide la pobreza. No tienen un espacio para vivir, ni todos los servicios básicos de una vivienda; carecen de acceso a servicios de salud y seguridad social.

Al fondo se encuentran los dormitorios...

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