Viva la fiesta más mordaz

AutorOscar Alvarez

Desde la catedral las campanas tañirán tres veces en el corazón de la noche más oscura de Basilea. Como obedeciendo un pacto convenido y largo tiempo esperado, los suizos comienzan entonces a abandonar sus hogares, desafiando a la bruma gélida que fluye del río Rhin. En unas calles sin iluminación, cuyas casas se confunden en la penumbra, no se distinguen las sombras de una muchedumbre creciente que, evitando el mínimo ruido, camina hacia el trazado medieval del centro histórico.

La Marktplatz será nuevamente el escenario de una reunión multitudinaria y extravagante. Los ojos van acostumbrándose a las tinieblas y es posible distinguir ya, alzándose hacia las estrellas, la torre esbelta del Ayuntamiento en torno a la cual miles de personas abarrotan la plaza en un silencio imposible, sobrenatural. El reloj, solemne anuncia las 4:00 horas y cuando se extingue el último son, uno, 10, 100 tambores envuelven en su vibración creciente a toda la ciudad y a la misma noche.

Acompañan su bramar estridentes piccolos que soplan personajes de vivos colores y rostros tapados por máscaras grotescas, quienes muestran a la emocionada concurrencia sus 'lanternen', cajones luminosos que alumbran mensajes burlones. Y de pronto las calles se iluminan como señal para que la alegría corra sin freno. En medio de una ambiente sugestivo y embriagador como pocos han comenzado los Carnavales de Basilea.

Críticas Limpias y Carcajadas sin Freno

La Bella del Rhin se entrega a las alegrías de la carne manteniendo una tradición propia, famosa en el ámbito centroeuropeo. Hay algo más que el culto lujurioso de la fiesta, siempre comedido en los suizos, a pesar de la válvula de escape que constituiría para su existencia demasiado racional. Lo más conspicuo en el carnaval de Basilea son, sin duda, las críticas abiertas y ácidas que el pueblo tiene la ocasión de espetar a sus dirigentes con total impunidad.

El desfile de carrozas y comparsas que llenan el aire con las notas de sus instrumentos caseros, une en su itinerario a la Gran Basilea, desde la puerta amurallada de Spalentor, con la Pequeña Basilea a través de los puentes que salvan el Rhin. Los muñecotes de las carrozas no sólo reparten dulces; su mayor celo está en que el público recoja y lea los panfletos satíricos.

Escritos en el dialecto de los cantones de la...

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