Una violencia engañosa

The New York Times

DURBAN, Sudáfrica.- En las ondas radiales y sobre las pantallas de los televisores, el conflicto a menudo da la impresión de ser claro y simple: la batalla en Zimbabwe, todo parece indicar, es una lucha entre negros y blancos.

Los agresores son seguidores negros sin tierra del Presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe. Sus enemigos son los prósperos agricultores blancos, los cuales son dueños de más de la mitad de la tierra fértil de ese país. El problema es la redistribución de la tierra y las víctimas prominentes son hombres blancos, cuyos rostros demacrados se muestran en los noticiarios nocturnos aquí en Sudáfrica, vecino de Zimbabwe, y el extranjero.

¿Pero qué, entonces, da cuenta sobre el predominante conteo de cuerpos negros? En el transcurso del último mes, 11 personas han sido asesinadas en Zimbabwe. De dichas víctimas, sólo dos eran blancos. En realidad, la gente que carga con el peso de esa violencia penetrante en el país son los pobres, los sin tierra y mayoritariamente la población negra.

La verdad es que la lucha en Zimbabwe tiene menos que ver con la raza y la tierra que con la lucha del partido gobernante para conservar su monopolio virtual de poder. Ya que, si bien Mugabe se enfurece al hablar sobre el enemigo blanco, sus seguidores han reconocido discretamente que los negros ordinarios representan la amenaza política más potente.

Es la mayoría negra la que tiene el poder para ponerle fin al abrumador control del partido gobernante sobre el Parlamento en las elecciones venideras, que ahora están programadas tentativamente para celebrarse en mayo.

Y por primera vez en 20 años, la población ordinaria de negros en Zimbabwe -que se muestra nerviosa por la creciente inflación, mayor pobreza y la corrupción del Gobierno- al parecer está inclinada a hacer justamente eso. La mayor parte de los negros que murieron fue asesinada...

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