Vinos / Sencillez vs. ignorancia

AutorRodolfo Gerschman

Estoy seguro de que algo anda mal en el mundo del vino y que ese "mal" tiene que ver con nosotros, es decir aquellos que, de una manera u otra, nos consideramos comunicadores. La palabra engloba varias profesiones, que van desde los periodistas a los sommeliers, pasando por los relacionistas públicos. ¿Cuál es el denominador común?: que hablamos sobre vinos y que, mal o bien, informamos al consumidor. Muchas veces esa comunicación no es directa, sino que pasa por diversos estamentos de la profesión hasta llegar a su destino final, que es el paladar de alguien.

El problema es que el crecimiento del consumo del vino en México nos ha alcanzado demasiado pronto y que, en consecuencia, estamos poco preparados para encararlo como se debe. En estas semanas de prefiestas, saturadas de eventos, me ha tocado sufrirlo en carne propia. En ellos siempre hay una presentación a cargo de un sommelier o de alguien que, aún no siéndolo, se considera o lo consideran experto.

Lo que sucede a menudo, entonces, es que la presentación desbarranca por el sendero de los lugares comunes con paradas en inexactitudes. Por ejemplo, no ha faltado estos días alguien que haga el elogio de un vino por su poca acidez, cuando ésta es una cualidad imprescindible para que destaque en sabores y capacidad de guarda. O aquel que enfatiza la suavidad de lo que degusta cuando las caras de los que están a tu lado (y la tuya) expresan claramente que están sintiendo el verdor de los taninos agarrándose a los dientes y su aspereza hiriendo las gargantas.

Todo esto puede explicarse, sólo en parte, por fallas en la formación de quienes hacen estas interpretaciones. La otra parte puede tener que ver con exigencias comerciales y por último -pero no menos importante porque me parece la más nefasta-, por exceso de pretensión. Es decir que alguien quiere lucirse a expensas de un pobre vino que tal vez nunca pretendió más que agradar a algunos paladares. una buena acidez y balance. En tintos el Château Grancey 1998, del cual ya les comenté en la columna de hace dos semanas. Se trata de dos grandes vinos, con una elegancia poco frecuente, que están por encima de los mil pesos, pero lo valen.

Creo que una regla a la que debería obligarse siempre el catador es la de no ser grandilocuente cuando no lo es el vino mismo, porque se nota demasiado el abismo entre el discurso y el paladar. Otra es tratar de ponerse en la misma longitud de onda del que está recibiendo tu discurso: ¿qué espera que le...

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