VIGÍA DE BOLSILLO / Salven a los niños

AutorSofía Orozco

Toda persona que intenta incorporarse al ritmo de la vida en esta Ciudad de locos, sabe lo difícil que esto es.

El propósito es vivir, pero hay que pagar la vida: comenzar el día y terminarlo como se pueda, dormir lo imprescindible para descansar y luego despertarse para volverse a cansar. Es el mundo en su incesante movimiento; es el nuevo ciclo vital del ser humano: nacer, crecer, trabajar, consumir, disfrutar, reproducirse, consumir aún más y disfrutar un poco más para luego morir, si es posible, sin violencia y por causas naturales.

Para lograrlo, hay que sobrevivir al estrés, a la contaminación, al tráfico, a las distancias, al servicio de transporte público, al desempleo, a la competencia, y a toda clase de enemigos circunstanciales como la paloma que ensució tu traje ejecutivo antes de una junta, o la señora que te ganó, a la brava, el único lugar disponible en el estacionamiento.

Si la vida es dura hasta para la juventud postgraduada con honores y que no falta ni un día al gimnasio, imagine lo que será para una mujer, que además de cargar consigo misma, es mamá, y responsable de uno, dos, tres o más hijos.

Si para usted es una lata usar el transporte público, ahora imagine en la escena a una madre que camina hasta la parada del camión y, pese a lo esperado por las leyes de la física, logra subir al vehículo casi en movimiento y sostenerse de pie por varios kilómetros, mientras cuida a sus pequeños y resguarda una enorme pañalera.

Si para usted ejercitarse en un parque se ha convertido en un reto porque teme por el bienestar de su iPod y sus tenis, imagine a una madre que hace malabares para no desatender al grande en el columpio, al menor en el resbaladero y al de en medio en el triciclo.

Si para usted es complicado hacer las compras en el "Súper" porque se la pasa cuidando su cartera, (y no precisamente por los precios bajos); imagine a una madre haciéndolo eficientemente mientras lee etiquetas sobre balance nutricional, revisa fechas de caducidad y cuida que sus angelitos no tiren la torre del papel higiénico, a la vez que, con el rabillo del ojo, se cerciora de que ninguno de ellos se ha perdido.

Imagine, pues, cualquier otra situación complicada de su día a día y agréguele el "factor infantil"; seguro llegará a la misma conclusión que nosotros: ¡esto no es vida!, ¿verdad?

Y por supuesto que no me refiero al compromiso que las mujeres del mundo tenemos al elegir o asumir la maternidad y...

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