La vida en el Nilo

AutorAnaline Cedillo

Texto y fotos: Analine Cedillo

Enviada

VALLE DEL NILO, Egipto.- Navegando por el Nilo se tiene más claro que nunca la fuerza vital del agua. En ambas orillas una línea verde de pastos, cultivos y palmeras crece de forma exuberante en contraste con el terreno estéril de arenas color ciervo o león del desierto, como describiera Rudyard Kipling.

La vida se desarrolla en las márgenes de la corriente caudalosa, como en tantos ríos de tantas civilizaciones. Pero se trata del Nilo: el bíblico, donde el bebé Moisés fue encontrado en una canasta por la hija de un faraón; el literario, escenario para la novela policiaca de Agatha Christie, "Muerte en el Nilo" (1937); y el de los exploradores, quienes se lo apropian recorriéndolo en barcos, falúas de graciosas velas y lanchas multicolor.

En plan turístico, hacer un crucero por el Nilo es una de las formas más comunes de conocer Egipto. Ya a principios del siglo 20 era cotidiano ver navegando ahí a los vapores de la Cook, la primera agencia de viajes del mundo, creada a mediados del siglo 19 por Thomas Cook.

Por algunos de sus 6 mil 695 kilómetros de largo -que lo acreditan como el río más largo de África- hoy en día las embarcaciones como Sanctuary Nile Adventurer, van y vienen entre El Cairo y Asuán y, algunos pocos, se aventuran hasta Abu Simbel.

El paseo es un lujo sin opulencia, que radica en las sobredosis de historia que comparten los egiptólogos, en las apacibles tardes de té, y la muestra de las tradiciones egipcias a bordo y en tierra.

DÍA 1

Directo y sin escalas

Aterrizo en la ciudad de Asuán proveniente de El Cairo, poco antes de las 9:00 horas. Un representante de la agencia Abercrombie & Kent (especialista en coordinar travesías de lujo por Egipto y otras partes del mundo), está ahí sólo para ponerme en manos de Ahmed Selim Hasan.

El egiptólogo de origen nubio me guiará en exclusiva durante los tres días del crucero por el Nilo. De estatura baja, vestido con pantalón y camisa -no la típica galabeya o túnica egipcia-, protege su piel oscura del sol bajo una gorra, mientras me da la bienvenida en un español con acento ibérico.

Antes de registrarnos en el crucero, sugiere comenzar con la primera excursión, ahora que la temperatura invernal roza los 20 centígrados, lejos de los 30 a 45 que abrasan en verano.

Llegamos a un embarcadero cercano al centro de la ciudad. Decenas de lanchas ofrecen sus servicios para trasladar a los viajeros hacia la Isla Agilkia, donde están los templos grecorromanos de Filae. Ahmed se encarga de todo, desde elegir a qué bote subiremos y pagar por el traslado, hasta comprar las entradas para todos los sitios que visitaremos a lo largo del viaje (claro, con anticipación) y así evitar las filas. Mi tarea es escuchar sus amenas explicaciones, tomar fotos y tener a mano dinero para las propinas o bak-sheesh.

Antes de llegar a la isla, desde la lancha se pueden ver algunas columnas que se alzan hacia el cielo azul aborregado. Al descender nos encaminamos hacia el Quiosco de Trajano, en el extremo derecho del complejo.

La isla original de Filae, explica Ahmed, se encontraba a unos 300 metros de donde estamos, igual que los templos. Con la construcción de la antigua y la nueva presa de Asuán (a principios y mediados del siglo pasado), el agua mantenía sumergida parte de los monumentos durante casi cinco meses al año.

Los templos fueron rescatados por la UNESCO en 1972. Un grupo de arquitectos e ingenieros italianos buscó un lugar parecido a la isla. Luego se dedicó a convertir las construcciones en piezas de un rompecabezas, unos mil 500 bloques de entre dos y tres toneladas que tardaron ocho años en desmantelar y rearmar en Agilkia.

Por el templo de color arena, construido a partir del año 140 antes de nuestra era, los viajeros se mezclan con...

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