La Vida de Cuadritos/ La carne manda

AutorArsenia Mata

TV Docta

Cuando terminaron los recientes melodramas de Salvador Mejía y Juan Osorio (Entre el Amor y el Odio y Salomé, respectivamente), una pensó que descansaríamos, al menos por un rato, de los "strippers" y prostitutas sin justificación.

Lo que no sabía era que Pedro Damián, Raúl Araiza y Emilio Larrosa respetarían en forma casi sagrada ese lineamiento marcado por esos productores que nomás no dan una.

No es posible que en una sola semana haya que chutarse varias escenas relacionadas con cuerpos semidesnudos contoneándose frente a la cámara.

Por ejemplo, las cinco protagonistas de Así Son Ellas se aventaron más de 15 minutos de la trama sentadas platicando y, sobre todo, dejándose acariciar, por los integrantes de Sólo para Mujeres.

Una cosa es que Narda (Gabriela Goldsmith) sea una "nalga pronta", que Dalia (Erika Buenfil) no tenga galán, que Irene (Lourdes Munguía) esté triste porque su marido la rechaza o que Margarita (Leticia Perdigón) sea una "naca" que se emociona con cualquiera, pero eso no da derecho a los escritores a imponer la ley de la carne en las telenovelas.

Ni siquiera me pareció entretenido este recurso cuando lo usaron por vez primera hace tiempo, ¿pero ahora?

Lo peor es que las que también salieron "embarradas" con este recurso de quinta categoría fueron nuestras otroras estrellas de la época de oro del cine mexicano: Rosita Quintana y Carmelita González.

Hágame favor. Ver a quienes fueron pareja de Pedro Infante en El Mil Amores y Los Hijos de María Morales, respectivamente, aplaudir, tomar tequila y emocionarse con los musculosos encuerados que se la pasaron restregándoles el cuerpo a las heroínas de la historia fue verdaderamente patético.

Se notaba que, salvo la Goldsmith y la Perdigón, el resto no estaba a gusto.

La Munguía y la Buenfil contenían la cara de fuchi, mientras que Luz María Jerez, que también estaba en el escenario, casi no fue captada por la cámara.

Luego, en esa misma novela, vemos a Eduardo Liñán, quien hace de marido de la Munguía, frecuentar una dizque casa de citas donde existe la mejor "mercancía" de la ciudad.

Pero quiero que nomás las vea. Aquellas dizque cotizadas mujeres de la vida galante no son sino pretensas prostitutas elegantes (de esto no tienen nada) a quienes se les nota la celulitis y los kilos de más que se asientan en muslos y caderas.

¿Dónde quedó la creatividad de los libretistas?

Si no, vean, porque también Pedro Damián incluyó, hace días, en Clase 406, escenas...

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