Vicisitudes bajo el agua

AutorIsrael Sánchez

Con miles de inmersiones por todo el globo a cuestas, el buzo mexicano Iván Salazar se considera sencillamente afortunado, pues confiesa: "Si me sigo metiendo a bucear al río de Las Estacas, me sigue gustando".

No es falsa modestia lo que envuelve sus palabras, sino un profundo y auténtico afecto por este deporte que practica desde hace poco más de cuatro décadas.

"Me sigue apasionando meterme al agua; y cada viaje, aunque haya estado ahí muchas veces, me sigue aportando algo nuevo cada ocasión. No he perdido la capacidad de asombro", asegura en entrevista a distancia el instructor de buceo y fotógrafo de naturaleza y submarino nacido en la CDMX, en 1960.

Esto, aún cuando lo que el también director general de Mare Nostrum Expediciones ha vivido desde el fondo marino en algunas de las regiones más singulares, alejadas y hasta extremas del planeta -a donde muchas personas jamás irán en su vida-, dista mucho de ser común u ordinario.

Como en la vieja fisura de Silfra, en el Lago de Thingvallavatn del Parque Nacional Thingvellir, en Islandia, donde los buzos que se sumergen en la helada agua de glaciar pueden tocar Europa con una mano y América con la otra. Al menos geológicamente, pues está en el borde divergente entre las placas tectónicas de Norteamérica y Eurasia.

"Es una buceada muy simbólica en ese sentido: estás tocando dos continentes al mismo tiempo, buceando en medio en agua helada. Y nosotros lo hemos hecho en pleno invierno; esto significa que te estás equipando entre la nieve a menos 5 o menos 6 grados, y te metes al agua que está a 2 grados y la sientes calientita. No te quieres salir", relata Salazar.

Una de las muchas perlas del buceo, cuya experiencia puede ser tan peculiar como el ambiente mismo en donde se realice, pues no es igual meterse en río, laguna o en el mar, que en aguas frías o entornos con obstáculos que impiden salir a la superficie en caso de requerirlo -cenotes, cuevas, barcos hundidos, bajo hielo-.

Cada uno de estos ambientes, remarca el buzo, te impone reglas, protocolos y entrenamientos distintos.

Salazar lo ilustra con el buceo en atolón, aquellos arrecifes coralinos de forma anular y con una laguna interior que comunica con el mar a través de pasos estrechos, que pueden convertirse en verdaderos cuellos de botella, con el agua corriendo del océano hacia la laguna o viceversa a una velocidad lo mismo espeluznante o apasionante, "dependiendo de si sabes a lo que vas".

La experiencia de tu vida o una pesadilla, pondera el buzo, quien celebra que a lo largo de tantos años realizando expediciones submarinas o por tierra con cientos o miles de acompañantes, jamás han sufrido un incidente serio que lamentar.

Aunque no por ello ha estado exento de riesgos y situaciones...

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