Viajando Ligero/ Una parte especial de Canadá

AutorJim Budd

En domingos como éste, a veces me pregunto si algún día el rancho de Fox, allá en Guanajuato, se convertirá en una especie de monumento nacional. Eso es lo que hacen los estadounidenses con bienes raíces relacionadas con sus Presidentes, no tanto por admiración sino porque se vuelven interesantes atractivos turísticos.

Entre los más notables, figura el hogar veraniego de Franklin Roosevelt en la Isla Campobello, en la provincia canadiense de Nueva Brunswick, a unos kilómetros de la frontera con Maine. Los estadounidenses dispusieron manejar las propiedades de Roosevelt como parque internacional, y construyeron un puente que une a la isla con Maine. El canadiense que desea visitar Campobello sin pasar por los Estados Unidos tiene que llegar en barco.

La bella isla, de 11 kilómetros cuadrados, escarpada, rocosa y arbolada, goza de un bendito frescor en verano. En la Ciudad de México no solemos reflexionar sobre ese estado de las cosas, pero en julio y agosto se achicharran lugares como Filadelfia, la ciudad de Nueva York y Boston. Hace un siglo, mucho antes de la invención del aire acondicionado, los acaudalados huían hacia paraísos como Campobello. Y lo siguen haciendo.

Las ciudades costeras de Nueva Brunswick siguen siendo escondites muy exclusivos para la clase de gente que tal vez alquilaría una villa en Córcega, pero que considera demasiado agotadora la jornada. Para el viaje desde la Ciudad de México hasta el encantador pueblo de Saint Andrews sólo necesité 12 horas, aunque el tiempo se me hizo más largo.

Los huéspedes de Kingsbrae Arms, en Saint Andrews, suelen llegar volando en un jet privado, según cuenta el dueño y administrador, que cobra hasta 750 dólares por una noche en su elegante alojamiento. Tomé el té en otras dos posadas del lugar, ambas tan íntimas y deliciosas como el Kingsbrae, si bien algo menos costosas. Mi propio aposento estuvo en el Algonquin, extenso establecimiento centenario. Este hotel, de 200 dólares por noche, es un monumento a la elegancia del Siglo 19, pero con la bendición de todas las comodidades de nuestra era moderna.

Son fascinantes las boutiques que bordean la Main Street, la calle mayor de Saint Andrews, y cada una parece arrancada de alguna novela policiaca de Agatha Christie; casi espera usted tropezar con Miss Marple saliendo de una de las tiendas.

El golf y la buena comida figuran también entre los atractivos. La ciudad tiene vista a la Bahía de Fundy...

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