Vera, un encuentro con la muerte

AutorPerla Ciuk

Aunque distintos en su estructura narrativa y aparentemente inconexos, los tres largometrajes de Francisco Athié (Ciudad de México, 1956) trazan un círculo que cierra con Vera. En su opera prima, Lolo (1992), el director abordó la lucha de un joven por salir de un ambiente complejo; en el segundo, Fibra óptica (1997), el protagonista se desenvolvía en un medio que le impedía desarrollarse como él buscaba, hasta que finalmente venció los obstáculos, y ahora, en Vera, arduo trabajo experimental, el cineasta nos presenta a un anciano a punto de concluir su ciclo vital.

Avalado por la tecnología de punta, Athié da rienda suelta a su imaginación y, más que una fantasía, filma una realidad-ficción que se relaciona con los momentos en que el ser humano se enfrenta a la muerte.

"Yo creo que hay una serie de alucinaciones que te permiten de alguna manera bien morir o mal morir, esta historia tiene que ver más bien con la realidad emocional de un personaje", me dijo entusiasmado y seguro Athié, hace tres años, el día del pizarrazo de Vera.

Mexicano pionero en el área de la imagen virtual, la idea de Vera le surge en 1986 y desemboca en una aventura tecnológica que plasma el momento de transición entre la vida y la muerte en la persona de Juan, un viejo minero del sureste del país, encarnado por Marco Antonio Arzate, actor del cine mexicano con más de 600 participaciones en calidad de doble y extra, y de Vera -la muerte-, papel interpretado por la bailarina japonesa de danza butoh Urara Kusanagi.

Con suma curiosidad llegué a la sala de cine, al encuentro del misterioso y temido instante por el que todos habremos de pasar, ahora capturado por el director y visualizado en imágenes tridimensionales diseñadas por un genio de la animación digital, el recién fallecido John Chadwick, creador del software utilizado en esta cinta coproducida por IMCINE-FOPROCINE-CHADWICK FILMS-BB@R y ARROBA FILMS, realización en la que participaron especialistas mexicanos, canadienses, franceses, alemanes, colombianos, estadounidenses y japoneses.

A partir del derrumbe en una mina en la que Juan queda atrapado, el realizador establece un mundo aparte, solitario y oscuro, totalmente alejado de la superficie de la tierra; al igual que el minero de ascendencia maya, el espectador queda aprisionado entre sonidos e imágenes que se han convertido en el único lenguaje de Vera, cinta de corte intimista, en cuya duración de 85 minutos sólo escucharemos la voz del protagonista en dos...

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