El Valedor / Visión de los Vencidos ( II )

Mis valedores: va aquí la segunda parte de la fabulilla que, sobre La noche triste, sucedió a Hernán Cortés y algunos de sus aliados. Lo cuenta el cronista anónimo, apócrifo:

"Y acontesció que nuestras armas de fuego, por aquello de la tormenta, nomás Valentín Madroño, con perdón. Más que arcabuces, lombardas y culebrinas, parescía que intentábamos disparar con la Carabina de Ambrosio, la Contraloría federal o la Procuraduría del consumidor. La borregada de gachupines corríamos en chilacatiza, o sea en despavorimiento, calzada adelante, formando entre pencos, mulas y tlaxcaltecas, unos embotellamientos que reíros de los que originan los acarreados en un mitin de apoyo al santito sexenal. Algunos clamaban frente a don Hernando:

- ¡Ay, ay, ay, ay, mi querido capitán! ¡Protegednos la retaguardia!

- ¡Cómo, rediez, si yo mal protejo la que Dios me dio! Que cada cual se la rasque con sus propias uñas, y el santo señor Santiago nos las rasque a todos.

- Amén, musitaron algunos. En eso, contemplando la mortandad de aborígenes, la Malinche:

- ¡Ay, mis hijos!

Y eso que apenas habíale sido desbaratada su doncellez. Llorando clamaba enmedio de la noche, tenebra y tormenta:

- ¡Ay, mis hijos! ¡Ay, pero de veras, quienes os matan, qué jijos..!

Los meshicas, mientras tanto, seguían zurrándonos, y no a lo corpóreo, sino mucho peor: con sus primitivos misiles. El capitán extremeño, entretanto, desgañitábase a la orilla de la acequia:

- ¡Nadad, nadad, con una fregada!

- Pero cómo, mi señor...

- ¡De mariposa, de crol! ¡Mas que sea de muertito, pero nadad! ¡No os ahoguéis, tlaxcaltecas, que orita valéis vuestro peso en oro!

Y acaesió que ahí llegaban capitanes y alféreces malheridos, gritando el clásico: "¡Abranla, que...

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