El Valedor / Del rancho a la capital

La llegada del tiempo de aguas, mis valedores. Cuántos de ustedes, provincianos como yo, recuerdan las primeras tormentas, que recibimos con los sentidos abiertos de par en par: truenos, relámpagos, tierra mojada. La gloria.

Del tema tratábamos en la tertulia de anoche; de aquellos meses de calor y erosión que preceden a las lluvias; de una tierra que yace mustia, agostada, como mujer en manos de un macho desaprensivo, cuando los labriegos se viven con los ojos en el firmamento ("ánimas santas"), tanteando las primeras señales del temporal. Y sí: una tarde de esas, el cielo se va a ensombrecer, a abotagarse con unas nubes negruzcas que se aborregan rozando con la panza el cresterío de la sierra. Y entonces:

- Ora sí se nos dejan venir las aguas, bendito sea el Nazareno.

Y a prevenir los aperos, porque las primeras tormentas van a embestir, jariosas, una tierra que las aguarda entre ardores. Y una noche se soltó la tormenta, y al otro día la tierra -esa mujer- va a amanecer sota moza que adornó su pelo de yedra y jacalazúchitl, y desparrama olores tempranos, y canta en sus ríos y arroyos en reventazón, que apenas ayer eran osarios de pedregales. ¿Se acuerdan..?

Ya después de fecundada a roturación y semilla, la tierra se nos va a aquietar, a quedarse así, como ensimismada, como adormilada, como escuchando al hijo que lleva adentro, donde se gestan la vaina, la mazorca, el tubérculo. La vida, pues. La abundancia.

- ¡Abundancia Tulas! (la tía Conchis.) Puros problemas, pura pobreza se cosecha en la tierra. Miseria para los campesinos, insalubridad, enfermedades endémicas y desnutrición. Año con año...

- Cierto (don Tintoreto.) Y nada queda al labriego sino volver los ojos al pensamiento mágico: "Santo Niño de Atocha. San Isidro Labrador..."

Ahí se cabreó la Maconda, neopanista: -Oiga, no, si tienen al gobierno.

- ¿Al qué? (el juguero.)...

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