El valedor / Esa putona

Sigue aquí, mis valedores, la añoranza aquellos tiempos, qué tiempos aquellos, en que los adolescentes de aquel entonces acudíamos puntualmente al cinito de barriada para cimbrarnos a los hechos hazañosos de los héroes de aquel entonces, de la alzada de El Charro Negro y algunos más. Yo, calentando mi asiento de gayola, me estremecía de iracundia cuando en la película unos policías casi tan sádicos como los del Edo. de México que el 3 y el 4 de mayo del 2006 se ensañaron contra hombres y mujeres, viejas y jóvenes, de San Salvador Atenco. Ya después de balazos, manoseos de las jóvenes y garrotiza general, a incendiar los jacales de la ranchería. Mientras tanto el hacendado, autor intelectual del ataque, ya tenía a la heroína con la falda a la cintura y clamaba, tal cual:

-¡Para eso tiene el Estado el monopolio de la fuerza legal, para ejercerla cuando las circunstancias lo ameritan!

Esto mientras se disponía a rematar la violación. Yo temblaba de indignación impotente, como me ocurre con el hacendado hoy todavía. Ah, pero en ese punto, rayando el prieto retinto, El Charro Negro, una 38 special en cada mano y el vozarrón gargajoso:

¡Alto ái! ¡Quietos todos! ¡Levanten las manos!

Y no había un Virgilio Andrade que acudiese a salvar a su patrón...

Los maleantes recibían su castigo mientras que la gayola se venía, aunque nomás de gritos y aplausos. Qué tiempos aquellos...

Qué tiempos. Años, daños y desengaños más tarde, para alegrar la pantalla del cine arribarían contingentes de las beneméritas del bataclán y el sainete. Hoy, en el ejercicio de la nostalgia, recuerdo a aquella soberbia Susana Cabrera, a la que algún reportero, micrófono al frente: "¿Profesión?" "Payasa", contestó ella sin titubear. La Cabrera. Aquí la recuerdo en su espléndida caracterización de güila barata, piruja del arrabal: vientre rotundo, medias cuadriculadas, zapatos de latiguillo y tacón de este grandor; transparente...

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