El Valedor / La princesa está triste...

¿Qué tendrá la princesa? Mis valedores: el relato infantil, magia y encantamiento que allá, en tiempos de Maricastaña, nos alumbraron una imaginación todavía niña, receptiva todavía, que a la vera de la cuna de tules y gasas, nos relató la cascada vocezuca de esa abuela que, misterios de una edad escasa y de otra excesiva, son extremos que siempre se tocan: la abuela tornó a ser niña y el niño, a querer o no, va para abuelo. "Había una vez un reino donde soberano y súbditos vivían una eterna felicidad." Por ahí va.

Así yo: en un papel que aún no conozco, el de abuelo, por que les sirva de arrullo voy a contar a los nietecitos un cuentecillo infantil que va más o menos así: Erase que se era en la tierra de "Irás y no volverás" un paisito de mentirijillas donde la vida transcurría en plena felicidad y en medio de música y danzas, días de campo y paseos, y romanzas que rubios galanes dedicaban a la amada de bucles, oro recién pulimentado. Qué bien. ¿Lágrimas? Algunas, sí, de felicidad, y cuánto conmueve mirarlas brillar en las zarcas pupilas de una jovencilla que despunta mujer.

Esa sota moza, la del cuentecillo, llamábase Mayahuel, y era tan bella que en ratos parece que lo hiciera a propósito. Tras de habitar en la compañía de su venerable mamita y su anciano padre y vivir feliz, tan feliz como puede serlo un humano amasijo de ninfa, princesa y flor de jacalazúchitl, cierto día la niña, con la bendición de sus viejos, fue y puso su casa aparte. Una casita de cuento de hadas, lógico. ¿No se me han dormido todavía? Porque ahí, agazapada, la tragedia: cierto día la doncella llegó a la casa paterna con los ojos rasos de lágrimas. "Oh, dolor", clamó la madre. "Oh, dioses", el padre. "¡Cielos..!"

Y es que por aquello de probar de ese licor de suavidad tan fuerte, agrio y dulcísimo como volandero y espeso, que nombran Libertad, la niña del cuento había tomado consigo todo lo más preciado, que es decir todo su mundo, y sola y su alma se fue a modelar ese propio mundo, y un destino a su gusto y medida. Perfecto sí, pero la niña llora, ¿qué tiene la niña? Mis nietecitos: ¿han visto ustedes a una joven llorar? Y si la joven es carne y sangre de ustedes, la tela más tierna de su corazón, ¿qué sienten acá, miren, en la viva almendra de ese mismo corazón?

Nada extraordinario había ocurrido en aquel paisito de milagrería; milagro fue que nada hubiese ocurrido y que unos meses la niña viviera sin recibir el agravio de los beneméritos pillos, de los...

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