El valedor / El pedigüeño

De los limosneros escribí ayer; del río de necesidad con que venía a toparme cada mañana, cuando iba de la estación del Metro a la estación de radio, y al regresar. Yo, corazón de malvavisco injertado de jericalla, me aprovisionaba de monedillas que iba sembrando en la mano abierta con la vagorosa esperanza de cosecharlas en un cielo más vagoroso todavía. Y esta moneda a la anciana que a puro valor y engarruñada soporta fríos, calores, ventarrones y lloviznas tempranas, y esta otra en el cacharro de hojalata del desafinado violín, y una más en la guaripa que nos aguarda boca arriba, boca abierta en el escalón, mientras el ciego nos jura a capela que Gabino Barrera no entendía razones andando en la borrachera. Y allá va la monedilla sin más valor que la buena intención, que ya con una moneda qué puede mercarse, que no sea la ilusión, pobre ilusión de pobre, de ganarse la gloria. "Dios se lo ha de pagar".

Escaleras del Metro. En aquel escalón, el viejo de la guaripa ofrecía al viandante alegrías de a peso, las únicas alegrías a la medida y al alcance del pobre, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos; toda la alegría que puede caber en un peso; alegría de amaranto. Púdica, alguna autoridad los mandó esconder, pero ándenle, que ayer, muy de mañana, la novedad: un pedigüeño nuevo venía a engrosar el rastrojal de la mano extendida, herencia de Peña el neoliberal:

"Animas caritativas..."

La aparición del arrimadizo me vino a extrañar porque yo a todo el almácigo de menesterosos ya lo conocía como a la palma de su mano extendida, porque cada mañana pasaba revista a todo aquel sembradío de penurias. Pero ese allegadizo infeliz, con su aire patético. Y yo ya sin monedas qué repartir...

El recién llegado, con su aspecto de muerto de hambre, se me hizo cara conocida...

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