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El valedor / La mariguana del amor

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Vincent

Así es, mis valedores. Interrogado ayer al respecto, Fox contestó: "No necesito estupefacientes. Tengo una vida feliz con mi queridísima Marta; la vida que tenemos nos llena de gozo todos los días".

Yo, en tanto, observo la foto. Veo a la pareja trenzada de brazos, sonriendo al mirarse a los ojos, pura mielecita en penca. Miro en sus rostros ese amor senil, y tan joven, cuyo matrimonio va para 15 años de edad.

Me gusta hablar del amor; declarar el amor; proclamarlo, gozarlo, sumergirme en él. Fue por ello que cuando Fox se casó con su Marta y vi en las fotos sus bocas unidas, quise alabar cumplidamente al varón. Sin asomo de sarcasmo, sin ironía. Pero no azozobrarse, aclaré para evitar suspicacias. No me he vuelto de los intelectuales orgánicos que viven de culimpinarse ante el Poder. Yo nunca. Mi loa sin reticencias va para ese varón que, según todos los indicios, padece de cierta dolencia en su corazón que de corazón le alabo, dolencia común y tan poco común entre los humanos. Fox se ve enamorado hasta el tuétano en ese estado de gracia que es el amor. Yo, y por esto ya puedo morir en paz, años y felices días he padecido ese achaque en la carne viva de la viva entraña de cada telilla del corazón. Cómo no entender los desplantes de Fox frente a su bienamada...

Lo entiendo, lo aplaudo: a mí tiempo me falta para proclamar mi amor por Issa, mi única. Por ello alabo al enamorado, pondero a ese amador al que el fervor amoroso le brota en el rostro como esplendorosa erisipela. Por contras...

Pienso en esos sórdidos chismes de amoríos clandestinos de tantos de los antecesores de Fox. López Mateos: carisma, juventud, coche deportivo, buen físico y el prestigio presidencial. Resultado: un garañón insaciable en cachonderías de entrepierna. Eso sórdido y grotesco que fueron los amoríos de uno todo dientes, jetas y sangre derramada, un Díaz Hordas que a espaldas de doña Guadalupe se refocilaba con los...

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