El valedor / Agonía y éxtasis

El sentimiento amoroso, mis valedores. En esta fecha también, más allá de melcochas, sacarina y consumismo so pretexto del amor, van para tantos de ustedes que habitan ese estado de gracia o viven una dolencia que fue del amor a los celos y de ahí a la separación (chicotazo de centella que les requemó los entresijos del ánima con un vivísimo dolor y una nostalgia que quizá aún no cesa); van para ustedes, repito, estos poemas a modo de fulgorcillos de aurora boreal. Que los digan a su única. Quedo, de boca a oído, de boca a boca, a sangre, a entraña, a espíritu. Díganse los siempre, siempre y los nunca, nunca del amor que se enciende, fulgura y, si no se le aviva cada día, termina por erosionarnos el corazón con su llovizna de cenizas. ¿Que alguno desconoce el estallido del amor? Ese tal vez no ha alcanzado a nacer o nació muerto, a saber. Así pues, de la abundancia del corazón habla el poema oriental:

Maldije la lluvia que crepitaba sobre mi techo y me impedía dormir. Maldije el viento que sacudía mi jardín. Pero llegaste tú, y entonces di gracias a la lluvia porque has tenido que quitarte tus ropas mojadas, y di gracias al viento, que apagó mi lámpara...

Habíamos agotado las palabras de amor. Callamos entonces, y al igual del silencio que se establece entre dos ejércitos que han de librar batalla, hubo un silencio profundo entre nosotros. Y libré la batalla de amor. El ruido de los sables estaba en nuestros besos. Los suspiros de los heridos en nuestros estertores. La algarabía de los carros de guerra estaba en las arterias. Y te conservé contra mí como un estandarte destrozado...

Recuerdo esa mañana de Damasco y el silencio del jardín donde tú te adormías. La sombra de tu cuello era azul. Tus senos subían y bajaban con ritmo de fuente. Tus brazos, en abandono, eran dos arroyos de plata en la hierba; las mariposas se posaban sobre tus uñas, tomándolas por rosas. ¿Contemplaría mi padre, en ese instante, vírgenes más bellas en los jardines del Paraíso? Me extendí...

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