El valedor / Me estremecí...

El fomento de la lectura, mis valedores. Del poeta español Miguel Hernández les hablé la semana pasada, y que en fecha no remota y a manera de homenaje será enviado a la luna su libro Perito en lunas. Ahora les recomiendo un género literario no muy abundante en nuestro país pero que, deleitoso de leer, constituye un espejo distorsionado donde nos podemos conocer y reconocer como individuos y en cuanto comunidad. Qué mejor para ejercitarnos en la autocrítica.

Me refiero a la novela del esperpento, esa hija legítima, natural y putativa de la picaresca española, madre admirable a la que en nuestros países al sur del Bravo le nacieron hijos escasos, estreñidos y encanijados, no bien paridos como pudiésemos esperar de un continente que vive el esperpento, en el esperpento y del esperpento, (su segunda naturaleza), y que del esperpento ha hecho un arte pero no una literatura. En México, cuando más, un Periquillo Sarniento moralista y sermoneador, un discursivo Canillitas, un Pito Pérez, un poeta Margarito, y no más. Y lo mismo en los países al sur, lástima.

Dos novelas del esperpento les aconsejo, las dos de autores españoles que vivieron aquí y en Argentina: Ramón del Valle Inclán y Francisco Ayala. Ambas delinean el retrato hablado del México de ayer y hoy. La primera se titula Tirano Banderas, Novela de Tierra Caliente, y delinea el autoritarismo de un Santos Banderas (López de Santa Ana y otros López, Porfirio Díaz y Díaz Hordas, Echeverría) que a encierro, destierro y entierro rige un país cada día más descontento, hasta que un día, de súbito, en un movimiento espontáneo, lo consabido: en Punta de las Serpientes surge un personaje de tono menor, sin temple de caudillo, de escaso relieve físico y endeble carácter, que va a ser (el menos indicado, como en todo movimiento espontáneo), quien incendie una pradera recalentada, un trópico que en Tirano Banderas es farsa, tragedia, humor y espléndido lenguaje. Léanla.

Por cuanto a la novela de Francisco Ayala: Muertes de perro, su título, tiene de escenario un paicillo de embuste y esperpento cuyos destinos rige un mediocre Antón Bocanegra que acostumbra tratar los asuntos de gobierno sentado frente a sus ministros; sentado, sí, pero en la taza del lugar excusado, ante unos funcionarios que se mantienen de pie, una forma de culimpinarse ante el dictador. Desdichado país.

Que...

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