Los últimos días de Fray Servando

AutorChristopher Domínguez Michael

En 1825, Servando regresaba al dominio de la sombra. Como en los largos años del destierro, su nombre se pierde en esa murmuración incierta que devuelve los acontecimientos a su condición de leyenda. Por una carta que le escribió a Andrés Bello, del 17 de noviembre de 1826, sabemos que Mier pasó todo enero de 1825 reposando en Tierra Caliente, en el suroeste de México, a donde lo envió su médico. Había pasado inmovilizado unos veintidós meses, aquejado de dolores en el hombro y en el brazo derecho, el arma con que había sostenido su pluma.

El médico de Fray Servando fue el doctor Manuel Codorniú, quien había llegado con el capitán general O'Donojú en 1822. Codorniú era redactor de El Sol y uno de aquellos francmasones escoceses que Mier aún toleraba: el fraile no vivió para saber que Codorniú fue uno de los primeros españoles expulsados de México, cuando el 20 de diciembre de 1827 se expidió la primera ley de expulsión, que ponía fin al sueño del patriotismo criollo. México renunciaba, al menos desde los inflamados papeles de los ideólogos yorkinos, a su herencia española. En fecha muy temprana Henry Ward, el ministro británico amigo de las logias escocesas, le manifestó a Carlos María de Bustamante su sorpresa ante que esa nueva nación se presentase como legataria exclusiva del Imperio de Moctezuma.

Aunque Mier había expresado su deseo de pasar sus últimos días en Monterrey, razones políticas y familiares lo impidieron. Habiendo dejado su curul, Servando perdió apoyo en su tierra natal. En mayo de 1825 el ex diputado habría recomendado a José Ignacio Esteva, ministro de Hacienda, que suspendiese el envío de tabaco a Nuevo León. Los regiomontanos consideraron que Mier se vengaba del entusiasmo con que su estado natal se adhirió al federalismo. Y también eran malas las cuentas entregadas por los familiares que Mier había recomendado para puestos públicos en Nuevo León. En carta a Cantú, Servando se quejaba de Felipe de la Garza, quien lo había traicionado, escribiendo "contra Francisco [de Mier] y contra mí al gobierno, diciendo que Francisco es un jugador y quebrado [...], que yo he hecho de los empleos de esa provincia un patrimonio de la casa imperial de Cuauhtemotzín".

En 1826 murió María Josefa, su hermana más querida y madre de María Guadalupe Emilia, la sobrina, a su vez enferma, que se había hecho cargo de la casa capitalina de Servando. En esa misma carta a Cantú, fechada el 31 de agosto de 1826, Mier da parte de su desfalleciente estado de salud tras "once meses de padecer dolores crueles, que me habían obligado a cortar todas mis correspondencias. A título de viejo he escapado de la muerte, porque creyendo los médicos mis dolores reumáticos, no siendo sino sintomáticos por la inflación del hígado, me aumentaron ésta desde octubre pasado hasta mayo con todo género de medicamentos cálidos e irritantes. Un médico, en mayo, viéndome ya...

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