Turista Exigente/ El embrujo de las ciudades monumentales

AutorJosé Antonio Franco

En el principio de este descreído Siglo 21, la historia y la cultura se han convertido en otro producto de consumo que el público en general deglute con la misma avidez que las hamburguesas o la Coca-cola.

Preparando uno de mis viajes, tengo ante mí un folleto de un prestigioso operador que promete un "Tour por la Italia Romántica" de siete días: Venecia, Pisa, Florencia, Roma, Nápoles y Palermo.

Sin duda, los organizadores deben ser gente habilidosa, ya que ciudades que requieren cada una de ellas por lo menos una semana para formarse una limitada idea de las riquezas monumentales y artísticas que albergan, son visitadas y conocidas en breves horas. El prodigio se presta a la conocida ironía: "Si hoy es jueves, esto debe ser Roma".

Llegados al destino, lo que no ha cambiado en siglos son los pícaros de todo pelaje y condición que abundan en estas ciudades. Es tiempo perdido buscar la pista de Guzmán de Alfarache o del Buscón Don Pablos, emigrado a América al término de sus andanzas. Los pícaros están a la vista y ejecutan sus artimañas con total impunidad. Véase aquel sujeto que no ha tenido el menor empacho en colocar un toldo de colores estridentes con la marca de una muy conocida cerveza para procurar sombra a los incautos que se acercan a las mesas, dispuestas en medio de la calzada, a saciar su hambre y a mitigar su sed a un precio generalmente abusivo. Es obra misericordiosa dar de comer al hambriento y de beber al sediento; lástima que la misericordia del hostelero no amparase la fachada de la Catedral, ya que el efecto del toldo sobre las piedras varias veces centenarias es el de "pedrada en ojo de boticario".

Obsérvese más allá a aquel otro que complacientemente espera, cual si de lluvia de maná se tratara, la llegada de los grupos de turistas a su tienda, hábilmente conducidos por un espabilado guía. No contento con mostrar groseramente su mercancía en esos expositores que ofenden a la vista y dificultan el paso de los peatones, se afana en presentar como artesanía local productos fabricados seriadamente en algún remoto país oriental.

De todos modos, las mejores escenas las proporciona, como siempre, la gente. Grupos de turistas se afanan por calles empinadas corriendo tras el guía que, obligado a efectuar el recorrido de la ciudad en un tiempo corto, los lleva a paso de carga sin apiadarse por su edad, sexo ni condición. El trazado es sinuoso, ya que el grupo se ve obligado a sortear los múltiples obstáculos que encuentra a su...

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