Tres de oro en la pantalla

AutorRafael Aviña

Coincidentemente, este año alcanzan el medio siglo tres directores que irrumpieron con un cine de alcances y temáticas muy distintas, el mexicano Alejandro González Iñárritu y los estadounidenses Steven Soderbergh y Quentin Tarantino, quienes se trastocarían en breve en notables personalidades del cine independiente y comercial, alcanzando un éxito mundial y cosechando premios internacionales en festivales como Cannes o en la antesala del Óscar. Incluso, hoy Tarantino podría llevarse la estatuilla por el guión de Django sin cadenas.

Fue precisamente el Festival de Cine de Sundance el primero en percatarse de la originalidad y excepcionales dotes de los muy jóvenes Steven Soderbergh y Quentin Tarantino, quienes eran nominados al Gran Premio del Jurado por sus respectivas óperas primas: Sexo, mentiras y video (1989) -misma que obtenía el Premio del Público- y Perros de reserva (1992), con la que Tarantino ganaba a su vez el Premio a la Mejor Dirección y Guión en el Festival de Sitges.

De talento precoz similar al de otras personalidades como Steven Spielberg, John Carpenter o los hermanos Coen, Soderbergh (Atlanta, 14 de enero de 1963) dirigiría sus primeras obras en formato Super-8 a la edad de 13 años en su natal Baton Rouge, Georgia. Antes de cumplir los 18, ya montaba reportajes para la NBC, donde grabó material para el programa Showtime, que le supuso un contrato con el grupo de rock Yes, con el cual realizaría un exitoso video musical documental Yes: 9012 Live, con el que obtenía un Grammy en 1986. De las ganancias conseguidas con la dirección de videoclips, lograba debutar de manera independiente con Sexo, mentiras y video.

Cuando Soderbergh contaba apenas con 26 años de edad, se llevaba la Palma de Oro en Cannes y una nominación al Óscar para mejor guión con su primera película, trastocando con ello las estructuras culturales y comerciales de Hollywood, con una cinta de presupuesto muy limitado y una trama narrativa muy sencilla escrita en tan sólo ocho días, aunque con un complejo subtexto emocional y cotidiano que llamó la atención de la industria, centrada en un abogado yuppie adicto al sexo que engañaba a su reprimida mujer con su explosiva cuñada, y la llegada de un enigmático joven compañero universitario de aquél, que liberaba deseos reprimidos en los inicios de una era que declaraba su rotunda adicción a las imágenes en video.

A partir de ésta, Soderbergh irrumpiría con una obra atractiva y original siempre a medio camino...

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