Un tren de letras

AutorOfelia Pérez-Sepúlveda

A la memoria de mi padre, don Fidencio Pérez Ramos, mi héroe primigenio Nunca entendí, no del todo, por qué siempre me fascinaron las escenas revolucionarias.

Años después descubrí, entre relatos de mis padres y fotografías del álbum de familia, que yo había comprado un boleto justo en el instante en que mi abuelo materno descendió del barco que lo traía de España, en plena efervescencia revolucionaria; precisamente el día en que fusilaron al padre de mi abuela frente a su tienda en Gómez Palacio. Para más señas, el día en que un general se apiadó de dos niños rubios varados en medio de una hacienda en Chihuahua; sin ir más lejos, el día en que mi abuelo Alonso se sentó a ver el cielo ahumado esa tarde en General Terán.

Sí. Yo me había subido a un tren que iba de las estampitas escolares a las historias de familia. Un tren que luego se hizo más ágil cuando vi el cielo rozar la sierra mixteca en Oaxaca, las estrías en la tierra de Doctor Arroyo, el cenit en Sonora, los bosques de coníferas en la carretera a Puebla y, siempre, el rostro de la miseria, de las desigualdades.

Pero sólo hasta que llegó a mis manos la primera de las novelas que luego me trajo a otras, comprendí que la Revolución Mexicana, más allá de las batallas, es un acto de expresión: un tren repleto de palabras.

Y en ese tren, armado de vagones, que lo mismo contienen obras prerrevolucionarias, otras de cuestionamiento crítico -que los académicos consideran las netamente revolucionarias-, así como las de la continuación que se disparan, por un lado hacia el movimiento cristero, por otro lado, a la novela indígena y, por tercera vía, a la novela social, lo cierto es que en ese tren, insisto, uno no escoge cuándo bajar, o al menos no cuando a través de las ventanas que son las páginas de los libros, se adivina un paisaje que es más violento que los grandes murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

Mariano Azuela, por ejemplo, obtuvo notoriedad por sus narraciones ambientadas en la época. Su incursión en la literatura ocurre mientras Porfirio Díaz aún ocupaba la Presidencia. Su carrera revolucionaria, sin embargo, inicia con el general Julián Medina en su natal Jalisco.

Aunque no es su primera novela, Andrés Pérez Maderista (1911) representa una de las primeras obras que habrán de revelar desde la ficción un género literario que, aunque alimentado fuertemente por la memoria y la realidad, es la base de una literatura social con la que aún tiene...

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