Trasvestismo sin maquillaje: La sugerencia de lo otro

AutorAndrés de Luna

En el Distrito Federal de 1976, la Carpa Apolo congrega a un sinfín de hombres solitarios que observan con ojos erectos a las stripers. Un número repetido hasta el cansancio es el de una joven audaz que permite los toqueteos de los varones de las primeras filas. Al final, ella se ríe pícaramente, con un ademán coqueto retira su peluca y con otro menos discreto enseña un sexo masculino oprimido por un bikini cubierto de lentejuela. La rechifla y las mentadas ensordecen el escenario y el hombre corre a su camerino.

Años más tarde, será el Cabaret After Dark, de Estocolmo, el que presente un espectáculo travesti que atrae multitudes. El actor principal es el espigado Christer Lindarw, quien junto con otros siete compañeros hacen imitaciones de Greta Garbo, Liza Minelli, Linda Evans, Marlene Dietrich, Joan Collins y otras figuras del cine y la televisión. Un hecho es notorio: los travestis suecos juegan a lo femenino y hacen a un lado la idea de la parodia. Su arte consiste en ponerse un atuendo y llenarlo con las emociones y los sentimientos de quienes forman parte del glamour internacional. El humor está de vacaciones y los histriones hacen su papel con toda seriedad. Incluso, trataban de ponerle algo de erotismo a sus números: Christer Lindarw, de hermoso rostro y piernas alargadas, salía de entre la oscuridad con unas cadenas doradas que le rodeaban la espalda, mientras que la mirada descendía hasta encontrarse con un trasero magro, apenas cubierto por una tanga negra con ornamentos áureos. La experiencia era tan fría y discreta que, al final de la sesión, en medio de los aplausos de los nacionales, había varios bostezos latinos.

Por cierto, ya instalados en las geografía sueca, se dice que Greta Garbo siempre fue un caballero. Iba por las calles nórdicas de cacería; le gustaban las jovencitas. Ella vestía de smoking negro, recogía su cabello y dejaba ver su rostro magnífico. Sus presas quedaban satisfechas ante el lujo del sevruga iraní, las botellas de champaña y algún fois gras trufado. Después de las viandas, llegaba el momento amatorio, y la Garbo, según parece, era diestra en el repertorio sexual que dejaba satisfechas a sus amantes ocasionales.

En una conversación incidental y al margen de las grabadoras, el escritor Manuel Puig encontraba que el homosexual cuando quiere convertirse en mujer termina en caricatura. "Finge la voz y los movimientos, se traviste y quiere convencer a los demás de su galanura. Pero sólo es sombra pálida de...

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